Ante las majaderías del presidente Donald Trump, toda la clase política de México tendría que salir en defensa de la investidura del presidente Peña Nieto. Todos tendrían que darse cuenta de la gravedad de esos insultos. Cuando se amenaza al jefe de un Estado se amenaza a toda la nación que representa.
El señor Trump está entrenado para someter a sus interlocutores y está consciente de la debilidad actual del gobierno mexicano. Sabe que el 2018 podría convertirse en el peor Año de Hidalgo de la historia reciente de nuestro país, no sólo por la muy áspera competencia electoral por la que ya estamos atravesando, sino porque el gobierno federal está perdiendo control y capacidad de decisión día tras día. Es el mismo cálculo que están haciendo los corruptos y los criminales: a sabiendas de que la autoridad presidencial se ha venido minando y de que los partidos solo piensan en el mes de julio, los enemigos del país están haciendo su agosto.
Comprendo que pedir una respuesta conjunta y contundente de la clase política mexicana ante los agravios del señor Trump parece una ingenuidad. Pero esa certidumbre también está en los cálculos del dueño de la Casa Blanca. Ellos saben que no habrá mejor momento para derrotar a México que el periodo que está en curso y que no terminará sino hasta que un nuevo presidente y una nueva composición del poder político quede establecida hacia el ultimo tercio del 2018 —si bien nos va—. Lo saben, porque en México las instituciones están subordinadas a quienes las conforman y a quienes las dirigen. No son fuertes por sus facultades y su continuidad, sino por la autoridad personal de quienes las encarnan y las encabezan. Nuestra república es tan frágil como las personas que la representan.
No obstante, estamos ante una situación excepcional. La ofensiva emprendida por el presidente de los Estados Unidos puede causar daños irreversibles a la cohesión social y a la economía de México. Difiero de algunos de los contenidos —y sobre todo, de los usos— del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pero es un hecho que todavía dependemos en buena medida de su vigencia. Si los Estados Unidos emprenden una guerra comercial como la anunciada por el presidente Trump (y conste que sus anuncios no suelen ser balandronadas) los costos acabarán repercutiendo en los mexicanos de menores ingresos. Y si se obstina en cerrar todas las fronteras y seguir pisando la dignidad de nuestro país, no pasará mucho tiempo antes de que nos veamos obligados a pedir consejos de sobrevivencia a Cuba.
Derrotado moral y políticamente, el presidente Peña Nieto ya no puede afrontar solo esta ofensiva. Esa es la verdad. Hagámonos cargo de su debilidad y de los riesgos que supone. Hacer un frente común contra los agravios cometidos no es una cuestión de votos, sino de entereza y pundonor. Ante los avances del señor Trump, no habrá mejor argumento que hacerle ver, sin ningún lugar a dudas, que más allá de los resultados electorales venideros, México no se rendirá al uso de la fuerza para someterse a sus caprichos. Que la debilidad política e institucional que hoy estamos padeciendo, no debe confundirse con debilidad moral.
Así como la sociedad civil suele firmar cartas y comunicados para hacerle saber a sus políticos dónde están los límites que generan el rechazo generalizado, así también tendría que responder nuestra clase política a los agravios del presidente Trump y, en lo posible, sumar a ella a todos los sectores organizados de la sociedad. Que se sepa que más allá de la contienda actual, México no se pondrá de hinojos.
Si nuestra clase política no es capaz de defender la investidura del jefe del Estado mexicano y confunde peras con manzanas, al llegar el 2019 habrá sido demasiado tarde. El próximo presidente heredará la vergüenza de dirigir un Estado sometido.
Investigador del CIDE