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Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos, ha tenido una constante: mantener una guerra comercial contra varios países del mundo y su favorito es México.
Apenas hace unos días el primer mandatario anunció a través de su cuenta de Twitter que a partir del 10 de junio, Estados Unidos impondría un arancel del cinco por ciento a todos los bienes que ingresaran a su país desde el nuestro y que las tarifas aumentarían gradualmente hasta un nivel del 25 por ciento, a menos de que el gobierno mexicano “detenga sustancialmente la entrada ilegal de extranjeros” en territorio estadounidense.
La noticia no solo tomó por sorpresa a los mercados que se reflejó en una caída del peso, sino también a los altos funcionarios del Gobierno Federal encabezados por el canciller Marcelo Ebrard, quienes se trasladaron a Washington para mantener varias reuniones que serán cruciales para definir las medidas que ambos países implementarán.
Muchos afirman que las decisiones tomadas por Trump, responden más a cuestiones de índole política, que a posibles beneficios económicos para su país. Por ejemplo Isaac Katz, académico del Instituto Tecnológico Autónomo de México, lo ve como un plan electoral de cara a las presidenciales de 2020 en las que Trump buscará reelegirse.
Otros, como académicos de la Universidad Rice, coinciden en que en este momento Trump se está dirigiendo a las personas que ven la dinámica económica de ambos países como una relación desigual.
Parte fundamental del discurso contra los migrantes mexicanos y centroamericanos, fue la de posicionar en los electores, durante su campaña de 2016, que México se aprovechaba de Estados Unidos debido a las condiciones comerciales que imperaban en el TLCAN y que el gobierno vecino tendría que pagar por la construcción de un muro fronterizo.
Lo que no entiende el presidente Trump, es que no solo somos sus vecinos, somos sus aliados y socios comerciales.
Hoy estamos, en esta crisis bilateral, reafirmando que no somos “el patio trasero”, que los mexicanos somos competitivos, orgullosos, trabajadores, echados para adelante. Por ello, solo aceptaremos condiciones equitativas.
Tenemos que ir por nuestros aliados en Estados Unidos, por los demócratas que están en favor de nosotros, por todos esos republicanos que también entienden que una mala decisión no solo le pega a México sino también al último consumidor en Estados Unidos.
Si no logramos ponernos de acuerdo, esto es un “perder-perder”.
Estamos conscientes que el tener un vecino puede generar constantes problemas. Problemas delicados y difíciles de sortear, como lo describió Alan Riding en su famoso libro titulado, “Vecinos Distantes”, en el que describía que entre México y su vecino del norte, en escasos kilómetros, se pasaba “de riqueza a pobreza, de organización a improvisación, de sabores artificiales a especias”, además, de las diferencias lingüísticas, religiosas, raciales, filosóficas e históricas.
Dos países separados en alma, destinados a compartir un espacio, con una deuda histórica de injusticia, de malos y buenos tratos. Dos países con más coincidencias y similitudes de las que en verdad quisiéramos que se reconocieran. Empecinados en seguir edificando para bien muros de cristal o para mal muros de contención.