La caravana migrante que ha llegado a la frontera sur del país plantea un enorme desafío para México.
Se trata de un desafío que pone a prueba los principios humanitarios del país, así como la fortaleza de su solidaridad y de su compromiso de respetar y proteger los derechos humanos.
Pone a prueba también un principio de congruencia, pues si el gobierno mexicano no da muestras concretas y eficaces de su voluntad y capacidad de garantizar la dignidad, seguridad e integridad física y psicológica de los migrantes, perderíamos toda autoridad moral al reclamar para los nuestros esta misma garantía en Estados Unidos.
Por un lado, miles de migrantes centroamericanos llegan a la frontera sur con esperanza, huyendo de la violencia, la falta de trabajo y la pobreza. La desesperación incluso ha propiciado que hayan incurrido en hechos lamentables en la frontera entre Guatemala y México. Nada ganan entrando por la fuerza, porque su fuerza no está en el asalto masivo, sino en su legítimo derecho a la justicia social y a buscar seguridad, trabajo y calidad de vida. Si con su ansiedad se equivocaron, antes se equivocó el gobierno mexicano al colocar allí a la Policía Federal, que no es un rostro de comprensión ni de recibimiento fraterno.
Seguramente habría sido diferente si se les deja pasar en orden, y una vez en territorio mexicano se hacen las revisiones migratorias respectivas y se da comienzo, en su caso, a los procedimientos de asilo y otras figuras de protección complementaria. Hay que entender que son otros tiempos y circunstancias, y que la bienvenida no implica por sí misma el paso libre por el territorio nacional sino una expresión de buena voluntad, tan necesaria en las condiciones actuales.
Por otro lado, el presidente estadounidense, Donald Trump, presiona al gobierno mexicano para que “pare la arremetida”, al tiempo que aprovecha para hacer campaña, con miras a las elecciones del ya muy próximo 6 de noviembre.
Esta es la pinza entre la que se encuentra hoy el país. Cuando tales circunstancias se presentan, lo que debe prevalecer son los principios, más allá de cálculos políticos.
Hay principios que no dejan lugar a dudas respecto de lo que hay que hacer. La cantidad de centroamericanos que llegan en grupo a la frontera hace visible lo que sucede todos los días en la sombra, porque todos los días cientos de migrantes se internan en México con la intención de llegar a Estados Unidos.
Llegan y avanzan en las sombras y, en esa penumbra, delincuentes sin escrúpulos abusan de ellos, los asaltan, extorsionan, violan, secuestran y asesinan. Esta tragedia, diaria y profunda, ha sido silenciada durante al menos 15 años.
Grandes esfuerzos de organizaciones de la sociedad civil, de la Iglesia Católica, de activistas y de algunas instituciones, así como inocultables dramas, han hecho que tanto en México como en la comunidad internacional se conozca la tragedia de los transmigrantes en nuestro país.
Pero ni esa visibilidad motivó a los sucesivos gobiernos a actuar con decisión y compromiso para acabar con estos abusos. Se optó, año tras año, por la indiferencia y la parálisis, y cuando el gobierno de Estados Unidos, en diferentes momentos, aumentó su presión, la decisión fue endurecer la política de contención y expulsión, que en muchos casos se tornó en persecución.
Mientras tanto, la pobreza y la violencia se incrementaron en Honduras, El Salvador y Guatemala. Las pandillas asolaron ciudades, impusieron su violencia, acosaron a familias enteras y sembraron miedo y muerte, lo que a la par de la pobreza y la falta de oportunidades fue creando un callejón sin salida para cientos de miles de personas.
Las caravanas de migrantes empezaron a surgir para demandar justicia, para buscar a sus familiares desaparecidos en México, para mostrar las mutilaciones por los trenes del país. En los primeros meses de este año se dio la primera caravana para pedir refugio en México y Estados Unidos. La ola había crecido, y sin embargo la apatía fue, de facto, la única política.
Por todo ello, según testimonios periodísticos, la convocatoria por redes sociales de integrar una caravana atrajo la esperanza, acuciada por la desesperación, de miles de personas que, con la convicción de que no tenían ya nada que perder, se pusieron en marcha.
Para Trump, que se había mostrado horrorizado en abril de este año frente a la primera caravana, lo que ahora sucede es una oportunidad para exhibir su retórica nacionalista y xenófoba, criminalizar a los migrantes y esparcir el miedo en su país, y con ello promover que su feligresía le refrende su voto en vísperas de las elecciones en las que se renovará la Cámara de Representantes y parte de la Cámara de Senadores.
Pero al margen de los intereses y de la presión del mandatario estadounidense, que incluye una alusión amenazadora respecto del tratado comercial recientemente acordado, México tiene, debe tener, una clara línea de actuación: garantizar el respeto y la protección de los derechos humanos de los migrantes, recibir y resolver solicitudes de refugio, crear albergues, dotarles de condiciones dignas de estancia, y salvaguardarlos de cualquier riesgo, especialmente a las miles de mujeres y de niñas, niños y adultos mayores que forman parte de la caravana.
No hay argumento válido para que no sea así.
Se trata de un desafío a nuestra sensibilidad y responsabilidad humanitaria, a nuestra condición de seres humanos hermanados por historia y territorio, a nuestra capacidad política y social de responder a retos que ponen en riesgo la integridad y la vida.
No hubo interés de prevenirlo, de evitarlo, de gestionar la migración con inteligencia y solidaridad. Ahora lo que procede es estar a la altura y demostrar que México quiere y puede ser solidario y capaz de proteger, por encima de cualquier consideración, los derechos humanos de los migrantes.
@mfarahg