Se conjuró la inquietud que albergaban algunas personas sobre una posible inestabilidad a partir de las elecciones. La jornada electoral del domingo pasado transcurrió, en general, sin violencia (con la muy lamentable excepción de Puebla), y antes de la media noche supimos que había un claro ganador en la contienda presidencial; sus contrincantes, con generosidad y dignidad, así lo reconocieron. ¿Milagro, casualidad? Ninguna de las dos. Creo firmemente que se trata de una muestra de la fortaleza que hoy tiene nuestra democracia.
Cierto es que había razones que fundamentaban el temor: el periodo electoral fue ríspido, violento y, en algunas regiones, sangriento. El informe de Etellek señala que entre el 7 de septiembre de 2017 y el pasado 26 de junio, se registraron 548 agresiones en contra de políticos y candidatos en el país, 132 de ellas asesinatos. Además, en mayo de este año se volvió a superar el máximo de homicidios dolosos con 2 mil 890 casos, un promedio de 93 asesinatos diarios. El tono crispado de las campañas y las descalificaciones permearon las conversaciones públicas y privadas, y polarizaron a la sociedad. Los inversionistas y los mercados mostraron signos de incertidumbre y, antes de la elección, el tipo de cambio por dólar superó la barrera de los 20 pesos.
Parecía estarse formando la tormenta perfecta y, sin embargo, no ocurrió. Podemos congratularnos de contar con leyes e instituciones que funcionan y garantizan la estabilidad de nuestra democracia. Su solidez fue confirmada, además, por la amplia participación ciudadana, tanto en la organización como en el desarrollo del proceso electoral. Debemos festejar y estar orgullosos de que, independientemente de nuestras preferencias individuales, tuvimos una jornada ordenada que nos permitió ejercer libremente nuestro derecho a elegir a quienes habrán de representarnos durante los próximos años. Vivimos una fiesta democrática en la que ganadores y perdedores se desempeñaron con prudencia e institucionalidad.
Acabada esta etapa, a todos nos toca seguir participando para consolidar a nuestra democracia como forma de vida. En política, nadie gana ni pierde todo para siempre. Por eso, ahora lo importante es enfocar nuestras energías en reencontrarnos para que, juntos, nos dediquemos a construir un mejor país. Los nuevos gobiernos y representantes populares tendrán la obligación de escuchar a todas las voces: aunque más de 24 millones de ciudadanos respaldaron a Andrés Manuel López Obrador, casi la mitad de los votantes se pronunció por otras opciones y un tercio del padrón no salió a votar. Esto quiere decir que hay 65.8 millones de electores a los que el nuevo gobierno deberá convencer ahora. De ese tamaño es la responsabilidad que tendrá Andrés Manuel a partir del primero de diciembre como el presidente de todas y todos los mexicanos. Un reto similar enfrentan, en su respectivo ámbito de competencia, los gobernadores y los nuevos legisladores del Congreso de la Unión y de los Congresos locales.
A todos ellos les corresponde estar a la altura de una sociedad que ha dado muestras de civilidad y madurez; de una sociedad que ha mandado señales claras de su exigencia por un cambio que mejore el rumbo de nuestro país. Por nuestra parte, a los ciudadanos nos toca seguir trabajando para hacer realidad este cambio. Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos para que el bienestar, la seguridad y la justicia sean las prioridades de todos. Tenemos que seguir exigiendo mejores servicios públicos, criticando y denunciando desvíos y, como hasta ahora, proponiendo salidas, soluciones y, lo más importante, participando en su instrumentación. (Colaboró: Sonia Quintana, coordinadora de Contenidos de Causa en Común).
Presidenta de Causa en Común.
@MaElenaMorera