Hace tres años decidí buscar la candidatura a la Presidencia, convencida de que nuestro país necesita un gobierno con valor y con valores. Llegué a encabezar las encuestas como la mejor alternativa para ser candidata del PAN, e incluso a estar por encima de Andrés Manuel López Obrador. Pero ni así hubo visión para aprovechar esa ventaja y asegurar el triunfo.
Al anularse los procedimientos y órganos democráticos del partido y con ello bloquear mi candidatura, aunado a la formación de una alianza que desdibujaba los valores del PAN, me vi obligada a tomar la ruta de la candidatura independiente. Con el apoyo de la gente conseguimos lo que se había legislado con el propósito de que fuera imposible: cumplir los requisitos para lograr una candidatura independiente. A mí sí se me exigió casi lo imposible, y a pesar de ello logré ser la primera candidata independiente a la Presidencia de la República en la historia.
Decidí renunciar al dinero público, porque yo sé que lo más importante de una campaña no debe ser el dinero, sino las convicciones, las ideas y la gente. Así lo he hecho desde que entré a la política, a los 16 años. Pero hoy la realidad es otra. El abuso del dinero público ha distorsionado la vida de los partidos políticos, que disponen de 12 mil millones de pesos de financiamiento público. Nosotros enfrentamos grandes obstáculos de parte de la autoridad electoral para habilitar mecanismos básicos de recaudación de fondos. Por cada estación y cadena de televisión, los partidos tienen 2,800 spots en el caso de la alianza encabezada por Meade; cerca de 2,700 la alianza encabezada por Ricardo, y 1,476 la coalición de AMLO; en cambio, a mí sólo me dieron 23. El Tribunal —esta vez— decidió no ser garantista y se negó a una redistribución que reflejara la equidad establecida en la constitución. Ver o escuchar un spot mío era una verdadera casualidad.
La falta de segunda vuelta y las condiciones de absoluta inequidad me obligaron a hacer una reflexión a fondo sobre las probabilidades reales de ganar y sobre el sentido que quería darle a mi candidatura en el contexto de esta elección, tristemente marcada por la polarización y el odio. Por eso tomé la difícil decisión de retirar mi candidatura de la contienda, por un principio de congruencia, por un principio de honestidad política y también para dejar en libertad a los ciudadanos que generosamente me apoyan para que decidan libremente entre las opciones que consideren probables.
No declino a favor de ningún candidato. De ninguno. A quienes pensaban votar por mí, les digo: voten en libertad y en consciencia por quien ustedes quieran. Los votos son de ustedes, de los ciudadanos, no de los políticos. No tuve negociación alguna con nadie. Yo nunca estuve en esta contienda por cargos, sino porque quería darles a los ciudadanos una alternativa política que defendiera la libertad, la dignidad humana, el bien común y los valores de nuestro pueblo.
Lo que toca ahora, en lo inmediato, es agradecer con toda el alma el apoyo del pueblo de México. Agradecerles por haberme dado la oportunidad de escucharles y confirmar la grandeza de nuestra gente; por abrirme las puertas de su casa, por dejarme abrazar a sus hijos. Agradecerles por todo su cariño y sus saludos, por las veces que se acercaban para decirme: “estamos orando por usted”. Toca agradecer también a mi valiente equipo, integrado totalmente por voluntarios (incluso los pocos que llegaron a estar de tiempo completo no cobraban un sueldo desde febrero), lleno de jóvenes y de mujeres, gracias por su trabajo heroico para sostener una campaña con la fuerza de sus convicciones.
Las circunstancias nos obligan a tomar esa energía para seguir trabajando hacia adelante. Aprendí de Don Efraín González Luna lo que él mismo llamaba la “técnica de salvación”, que consistía en subordinar la anécdota al destino: decía que si uno quiere dedicarse a la política tiene que hacer el esfuerzo de ir más allá de lo inmediato y subordinar la anécdota (lo pasajero) al destino (lo permanente). Para mí, el destino es luchar para devolverle la dignidad y la ética a la política. El destino es trabajar para defender la democracia y las libertades, sobre todo en los tiempos que vienen. El destino es y será siempre México.
Abogada