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No sólo descalifica y divide, sino también toma decisiones con consecuencias perjudiciales para el país. Veamos cinco decisiones: a) cancelación del Aeropuerto en Texcoco que dañará gravemente al crecimiento del país; b) las estancias infantiles que canceló la posibilidad de miles de familias de tener una empresa que ayude a otras tantas mamás para trabajar y que a más de 200 mil niños se les cancele totalmente una educación inicial; c) el desprecio a las energías renovables y el regreso a la producción de carbón; d) la construcción del Tren Maya que es inviable financieramente y cuyo costo se ha multiplicado en los estudios y han pasado de 120 a casi mil millones (¡tan sólo los estudios!, todavía falta la obra) y que contra lo que dice el presidente —que no se talará ningún árbol— los documentos oficiales ya hablan de deforestar 750 hectáreas de selva, una superficie más grande que todo el bosque de Chapultepec; y e) la implementación de una política de precios de garantía para el maíz y otros productos que en el pasado han resultado en un rotundo fracaso, no sólo por el interminable volumen de subsidios ineficientes sino también por la distorsión que genera en la economía agrícola que ahora es superavitaria gracias a productos como hortalizas y aguacate, que tienen más valor agregado por hectárea. Claro que hay mucho qué agregar, en los cien días de gobierno escribí, en este diario, el mismo número de malas decisiones.
Todo eso nos tiene desesperados, pero lo que es peor es que también nos tiene apabullados, acosados, con poca capacidad para actuar en algo que permanezca un poco más allá de los buenos ejercicios ciudadanos a través de redes o como la exitosa marcha de ayer domingo 5 de mayo.
Que tenemos que actuar, no hay duda. Y sobre todo porque cada mala decisión lleva consigo lo que realmente me preocupa: el discurso de odio.
No digo que ha sido políticamente incorrecto, lo que digo es que utiliza, claramente, un discurso de odio que polariza y divide. Desde el primer día del gobierno, Andrés Manuel habló de conservadores, neoliberales como sus adversarios.
Y no ha parado en descalificar y acusar a personas, empresas, instituciones. Y los insultados y agredidos, en gran mayoría, también mexicanos, por lo que es clara la intención de dividir. Si el discurso de odio en sí mismo es peligroso, lo es mucho más si se dirige desde el poder.
El Estado no debe ser neutral ante el discurso de odio, tiene que usar su fuerza política y retórica para prevenirlo y en caso de que surja, condenarlo; pero en nuestro país, el discurso de odio no viene de un candidato, ni de un grupo, viene del Estado. Ese es el problema.
Contra el discurso de odio, todos debemos actuar. Hace unos meses oí decir en San Luis Potosí: “Aquí nadie es chairo ni fifí, todos somos mexicanos.” Vimos también en la marcha de ayer más de un letrero que decía eso: “Ni fifís, ni chairos, todos somos mexicanos”.
Si los diferentes actores sociales somos responsables de combatir el discurso de odio, con mayor razón son responsables de condenarlo quienes hemos decidido libremente dedicarnos a la cosa pública.
La política es servicio a la sociedad. ¿Acaso hay mayor traición a esta encomienda que la de dividir a la sociedad con odio?
En la marcha de ayer, 5 de mayo, los ciudadanos fueron, caminaron, en silencio la mayoría, muchos carteles señalaron la importancia de no dividir. En lugar de insultar, prefirieron señalar la importancia del respeto a la libertad de expresión, a la Constitución y al Derecho.
Pero no puede quedar en una marcha, —debe haber muchas más—, sobre todo debemos dar paso al discurso razonado y crear una oposición fuerte que requiere de varios instrumentos, México Libre es una respuesta y un camino que debemos construir con urgencia porque es necesario. No cerremos una posibilidad más y regístrate en mexicolibre.org.mx
Abogada