Hace varios años entré a la oficina de un subsecretario en la SEP. Con amabilidad no exenta de la molestia propia del poder infalible, ofendido pero condescendiente, el inquilino del despacho me había llamado. Tengo que explicarle, dijo, que los números que publicó sobre la cobertura educativa en el nivel superior están errados. Venga tal día, a tal hora y se lo demuestro. Quien tiene el poder lleva agenda inamovible: el inquirido ha de cancelar lo que tenga que hacer.
Decidí ir, avituallado con mi cuaderno, para escuchar su enojo revestido de interés porque estuviese “bien informado” por mi bien y el de los lectores. Luego de varias horas en que intercambiamos argumentos y formas de arribar a la Tasa Neta de Cobertura (ese era el tema), concedió, a regañadientes, que me asistía la razón: lo que se afirmaba en el Informe Presidencial no era cierto, y la sobreestimación había sido proporcionada por su oficina.
Lo que oí después no lo olvidaré: “¿Sabes cuál es tu problema, Manuel? Le concedes mucho crédito a los datos oficiales, y ese es un error muy serio.” ¿Entonces cuáles uso? Alzó los hombros, socarrón. Insistí: ¿la Tasa de Cobertura es la que diga usted? No, la que diga el presidente: si voy y le digo que el profesor Gil acierta, y la cobertura , la mera neta, es menor a la que declaró y hay que enmendar lo dicho, “como tiene mecha corta, seguro me corre. ¿Se imagina el problema?” Le dije hasta luego y me fui.
Desde que recuerdo, el asunto de los datos en el país es un problema: o no existen o solo valen los oficiales, u otros, cuando le conviene a quien manda. ¿Cuántas personas murieron en 1968? Misterio.
En una ocasión se envió a un conjunto de jugadores de futbol, que rebasaban la edad permitida, a un torneo juvenil. Alteraron sus documentos. Se recuerda como el caso de los Cachirules. Las autoridades internacionales de ese deporte descubrieron el fraude y, como castigo, no fue la selección mayor a un campeonato mundial: qué pena no haber ido. Es que nos cacharon.
Durante décadas, la cantidad de votos con la que ganaba el PRI era la que resultaba de la decisión de los que mandaban, no de su recuento. ¿Ganó Cárdenas cuando se cayó, o se calló, el sistema? ¿Calderón obtuvo más votos que López Obrador en 2006? Sepa la bola.
¿Cuántas instituciones de educación superior (IES) tenemos hoy? Un colega, con datos de la ANUIES, responde: como 3 mil 500. Pero, añade, en realidad no lo sabemos, pues la estadística oficial no distingue si son instituciones o planteles: la UAM pueden ser cinco IES (una por cada Unidad) o solo una. ¿Edificios, campus, razones sociales? Quién sabe. ¿El número de profesores que trabajan en la educación superior? 400 mil. Oiga, ¿son personas? Bueno, en realidad se trata de la cuenta de puestos de trabajo, y como se pueden tener varias plazas, o ser de Tiempo Repleto, sinceramente no, son menos, lo que pasa es que no se sabe qué cantidad restar. ¿Y cómo le hacemos para saber? Sabrá Dios, si es que puede con este entuerto.
¿Muertos? Cientos de miles. ¿Cantidad? Depende de la fuente. Y se han alterado las cifras oficiales con enorme cinismo. ¿Cómo discutir las posibilidades del país si las autoridades tienen “otros datos”? No es problema actual: es de siempre.
Si hubiera cifras confiables, el debate ya no sería sobre su validez. Con base en ellas, sería posible hacer propuestas, críticas, diálogos o discusiones fuertes, pero tendría sentido la deliberación sobre el ayer, hoy y el futuro del país. Mientras persista el escape de “tengo otros datos”, o “su problema es confiar en la información oficial”, la comunicación está rota, y resulta cierta, como en aquél caso, la cifra que le convenga a quien decide. Aunque no lo sea.
Profesor del CES de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton