¿Aplanadora? El 10 de diciembre de 2012, Peña Nieto (EPN) envió al congreso su proyecto de Reforma Educativa (RE), la primera de las llamadas estructurales. El día 20 fue aprobada por las cámaras y se envió a las legislaturas de los estados: pasaron solo 10 días. Verdadera velocidad de la luz legislativa. ¿Por qué? Por el dominio que tenía, en ambas cámaras, el Pacto por México, firmado el 2 de diciembre por PRI, PAN y PRD. Conjuntaban 430 de 500 diputados (86% de los votos) y 112 de los 128 senadores (88% de apoyo). Para modificar la Constitución basta el acuerdo de dos tercios de los presentes. Había de sobra. Fue un mero trámite: incluso pasó sin que la leyera la mayoría de los representantes.

El 12 de diciembre de 2018, López Obrador (AMLO) entregó al Congreso su propuesta de RE. No será aprobada a la velocidad de la luz, sino luego de un intenso debate: a pesar de lo que se dice —y alarma a muchos— sobre la aplanadora de Morena, la composición de las cámaras dista de ser la misma que antaño: si asistieran todos los diputados (500), se requieren, al menos, 333 votos a favor para logarlo. La alianza electoral que lo apoyó conjunta 314 (63%); en senadores cuenta con 69 (54%) y requiere 85 para las dos terceras partes. Habrá que negociar y discutir, lo propio de la democracia. Hay oposición, y en buena hora. Podrá mejorar lo propuesto.

¿Objetos o sujetos? La RE que impulsó EPN concibió al magisterio como el más grave, y en ocasiones el único de los obstáculos para mejorar la educación, y construyó —junto con otros sectores sociales como los “empresarios educadores”, y los sesgados medios de comunicación de masas— una generalización injusta: eran todos, o la inmensa mayoría, ignorantes, desobligados, irresponsables y violentos. Objetos a reformar: cosas, acusados y acosados.

La RE que propone AMLO considera al magisterio como el más importante recurso para lograr la transformación educativa. Se dirige a recuperar, socialmente, el valor del trabajo de quienes van diario a las aulas. No estorbos, sino socios en el esfuerzo para el cambio.

¿Evaluación o formación? En el caso de EPN, dada la premisa del magisterio como escollo, la evaluación fue el mecanismo para avanzar, el trascabo que limpia el camino. Y tenía que tener “dientes”, o estar uncida a la cartera: amenaza laboral para unos, sobresueldos a otros. “El corazón de la reforma es la evaluación”. Esa era la finalidad y, a la postre, razón de su fin.

La iniciativa de AMLO considera a la formación en las escuelas normales, y las otras instituciones que preparan a los docentes, así como la formación continua de los que están en servicio, como el eje del cambio. La capacitación es el medio para la mejora, y la evaluación no un fin, sino un instrumento para orientar estos esfuerzos. El corazón de la reforma, se propone, será la formación, la capacitación del magisterio, como condición para ampliar las posibilidades de aprendizaje.

¿Medir o impulsar? La RE de 2012 estableció el Sistema Nacional para la Evaluación de la Educación como entidad reguladora del quehacer educativo. En 2018, se propone, en su lugar, un Centro Nacional para recuperar el valor de la docencia y realizar otros trabajos y estudios que contribuyan al avance en la tarea educativa.

Se trata, entonces, de dos concepciones de fondo para transformar la educación. En una, la evaluación del magisterio, clave de su lógica, se empleó como instrumento laboral; en la actual, se propone como medio para orientar la capacitación de los docentes, pues la formación profesional es la raíz que le da sustento.

El enfoque de la segunda es, a mi juicio, adecuado. Esto no implica que esté exenta de crítica. La necesita, de fondo, en varios aspectos cruciales. En el congreso y en el debate público habrá que realizarla. Es imprescindible.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos
de El Colegio de México

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