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Un letrero con esta frase genial era infaltable en las antiguas misceláneas, donde se encontraba de todo, y en los estanquillos. Hay que reconocer que, en muchas ocasiones, era más bien retórica o se aplicaba a desconocidos o conocidos malapaga. En no pocos casos, la dueña o el tendero tenían un cuaderno en el que se anotaba lo que alguien pedía, y así, “de fiado”, se llevaban lo que necesitaban para pagarlo luego: el día de raya, cuando tocara la tanda o llegara la quincena.
En este intercambio, quien vende confía en que le será pagado lo que entrega, y el que se lleva los productos está seguro que lo que le cobrarán coincide con lo que adquirió. Hay certidumbre. Es una relación social basada en la confianza.
Sin ser tan visible como la corrupción, impunidad o violencia, una de las carencias más agudas en el país es la confianza entre nosotros. No nos fiamos casi de nadie. Y no solo en las transacciones comerciales al menudeo como las que se daban en la tienda de doña Carmen, sino en muchas otras dimensiones de la vida social: no te fíes. Nunca se sabe. Cuidado.
Como producto de muchos años en que la palabra, sobre todo de las autoridades, no se cumplió, y nos hemos enterado, por el contrario, que recursos públicos, miles de millones, destinados a la educación o la salud, se desviaron a propaganda o a campañas políticas, ha crecido en nosotros la falta de credibilidad, no nada más en los políticos, sino en el otro, ese que, como diría Paz, nos hace ser nosotros. Desconfiamos.
La confianza es resultado de la expectativa firme, indudable, que se tiene en alguien que cumple lo que dice y acepta lo que acuerda. Confiamos, dice el diccionario, cuando depositamos a alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, parte de nuestra hacienda, un secreto o cualquier cosa valiosa.
Como muchos aspectos intangibles, no atrapables en examinaciones masivas y superficiales, el aprendizaje de la confianza, su práctica, ocurre en buena medida en la escuela. Prestar un lápiz a mi hermano tiene como vínculo seguro los lazos familiares; prestar, sin miedo a perderlo, el mismo lápiz a un compañero en la escuela es otra cosa. No es sencillo: la confianza se construye, se va hilvanando. Y cuando se otorga es lazo social fuerte que, sin embargo, si se rompe es complicado reparar.
En el terremoto del 19 de septiembre de 2017, con mucha frecuencia recibí la misma petición: ¿a quién puedo donar para apoyar a los damnificados, con la seguridad que la ayuda les llegue? No quiero que mi colaboración se quede en manos de políticos sin escrúpulos.
No nos fiamos: una televisora se ufana por apoyar la creación de orquestas en las escuelas. Era, suponíamos, un acto de filantropía. Pero resulta que buena parte de los fondos para este proyecto eran públicos. Los dueños de la televisora aportaban, si acaso, 15 centavos de cada peso. Varias Organizaciones de la Sociedad Civil en el campo educativo son subsidiadas ¡por la SEP!
La recuperación de la confianza es imprescindible. Ya lo vimos en el periodo electoral: se generó una plataforma que verificaba la calidad de la fuente de la noticia y nos ayudó a distinguir las notas reales de las mentiras. Fue muy importante.
Está surgiendo, con la idea de asegurar a todas las personas la confiabilidad de proyectos de trabajo voluntario que requieren fondos, una plataforma. Se llama www.albora.mx Con la mayor calidad, dará cuenta de la importancia y transparencia de proyectos de salud, rescate de cuencas, respeto a los derechos humanos o iniciativas que se orienten a la educación, entre otros temas. Le convido a visitar su sitio en internet. Huele a nuevo y a esperanza. Es un aporte a la regeneración de la confianza, ese intangible, pero indispensable vínculo para lograr un país decente.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
mgil@colmex.mx
@ManuelGilAnton