Ciertamente, lo que estamos observando en el proceso electoral es un fenómeno que no se había visto en décadas. Algunos atribuyen el hecho al carisma de López Obrador; otros, entre sus adversarios, acuden a aspectos superficiales, como su hablar populachero o que usa apodos, y aun confían en imitar algún rasgo personal para subir en las encuestas. Tengo para mí que el carisma se sustenta en que tiene una gran sensibilidad política que le permite tomar el pulso a las masas que acuden a sus mítines. Pero al margen del carisma que se le puede o no reconocer, la verdad es que hay una realidad de fondo que explica la voluntad de transformación que vive la sociedad mexicana. En efecto, como admitía incluso el propio Peña Nieto hace unos meses, los mexicanos están enojados, y yo diría que no sólo eso, hay ira, indignación y desesperación.
La economía ha tenido un crecimiento tan magro que se parece mucho al estancamiento. En cuanto al empleo, hay que señalar que el conteo es engañoso, porque a partir de la reforma laboral que impulsó los contratos temporales, ahora, con objeto de evadir las prestaciones, se le firma al mismo trabajador un nuevo contrato cada mes y cada uno se cuenta como la creación de un empleo. Pero más importante es que hoy casi el 60% de la población económicamente activa se encuentra en la informalidad, sin ninguna clase de prestación y sin ningún derecho laboral.
En cuanto al salario, desde 1976, cuando se firma el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, se establecen los topes salariales, esto es que el aumento al salario mínimo se fije cada año por debajo de la inflación, y ese aumento sirve de norma para el resto de los salarios. Esta política ha determinado que los salarios reales hayan perdido más del 70% de su poder adquisitivo. Por eso en México se pagan los salarios más bajos de los países de la OCDE y uno de los más bajos en el mundo. Y además los trabajadores tienen la jornada más larga otra vez entre los países de la OCDE: aquí se trabaja más y se gana menos.
En cuanto a las pensiones, se han privatizado los fondos y se han utilizado para financiar al gobierno y a empresas privadas, entre ellas OHL, acusada de practicar el soborno a funcionarios, o recientemente 400 millones a ICA, a punto de quiebra, y hace unas semanas al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México; además se han disminuido los montos y, en algunos casos, como a los jubilados de la Universidad Veracruzana, se han dejado de pagar, con el argumento de que no hay dinero.
Además se han privatizado empresas paraestatales, lo que ha determinado aumentos en servicios y productos vitales como teléfonos, luz, gasolina, gas. La libre entrada de la inversión foránea ha provocado una extranjerización de la planta productiva. En el campo, los despojos y las importaciones masivas han obligado a los campesinos a abandonar sus parcelas. Para el país en general, la situación es alarmante: México importa alrededor del 43% de los alimentos que consume, situación que, según la FAO, revela una grave dependencia alimentaria.
Ni qué mencionar de la seguridad, pues ya se cuentan más de 200 mil muertos (más que en muchas guerras formales) y más de 30 mil desaparecidos. En el terreno de la política lo que se ha visto es una ausencia de negociaciones con cualquier grupo que proteste y no se puede negar que hay una profunda desconfianza en las autoridades electorales.
Son estos hechos de la realidad económica, social y política lo que está en el fondo de la ira popular y de su voluntad de cambio.
Profesora de la Facultad de Economía. Integrante
del CACEPS–UNAM. caceps@gmail.com