Todo indica que Nicolás Maduro no estaba preparado para los eventos del 23 de enero. Sin decir agua va, Juan Guaidó, el joven político presidente en turno de la Asamblea Nacional, salió con todo el ímpetu a las calles a desconocer a Maduro, con un as bajo la manga: se proclamó presidente encargado de la república de Venezuela. La siguiente sorpresa fue la reacción de la comunidad internacional, inmediata y a fondo. La mayor parte de los actores con posible influencia en el destino de Venezuela reconocieron la proclama de Guaidó o se alinearon a Maduro. Excelente ejercicio para medirle las aguas al caldo.
A Maduro se le achicó la cuerda. Detener y encarcelar a Guaidó no le resuelve el problema. Si manda a los militares a la calle, todos los muertos irán a su cuenta. No existe oposición armada en Venezuela. Si convoca elecciones, su caída es inevitable. En este escenario los militares enfrentan su propio dilema. Los altos mandos, cuya lealtad ha asegurado Maduro con prebendas y privilegios excesivos, si cae Maduro, caen con él. Y sin Maduro, no se sostienen. Su reemplazo será inevitable.
La comunidad internacional reaccionó como en pocos momentos, pero dividida y poco articulada. La mayoría de los países de América Latina están con Guaidó. También lo están Estados Unidos y Canadá, aunque no se puede decir que todos en el mismo equipo. La coincidencia no necesariamente se convierte en causa común. La OEA no tiene capacidad de articulación. Y nadie confía en Trump. México ha optado por no salir de los vestidores.
La mayor parte de los europeos están a un tris de reconocer a Guaidó. Si en ocho días Maduro no convoca a elecciones, la Unión Europea reconocerá al presidente encargado; ayer lo hizo el Parlamento Europeo. Si por aliado entendemos a quien estará de nuestro lado en caso de guerra, difícilmente podría decirse que Maduro cuenta con aliados. No requiere de apoyo militar externo para combatir al enemigo interno. La oposición armada brilla por su ausencia. Tampoco existe un enemigo externo con quien deba batirse por las armas.
Sus simpatizantes de las ligas mayores, China y Rusia, están menos preocupados por el destino de Maduro que por sus inversiones. En la última década China ha invertido más de 60 mil millones de dólares en Venezuela. La inversión rusa alcanza 20 mil millones. ¿Quién habrá de asegurarles el pago de la deuda y el retorno de sus inversiones? Para contrabalancear su influencia política en la región, como era de esperarse, ambos países bloquearon la iniciativa de EU en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en donde tampoco existen condiciones para una acción concertada.
El pragmatismo rebasa las ideologías. Cuba se mantiene con Maduro, pero sin ninguna iniciativa, no tiene con qué ni con quién armarla. Maduro compra el pleito y empieza a insultar gobiernos y a ahuyentar a sus diplomáticos. No hay espacio para el diálogo.
El desenlace depende de los venezolanos. La cuenta regresiva ya inició y los espectadores externos hacen sus apuestas y sus cálculos. Habrá que moverse en el momento preciso. Para los poderosos, tender puentes con los que vienen y cambiar el apoyo por regalías hacia futuro. Para los becarios, como Cuba y Nicaragua, no hay mucho futuro. Para los indiferentes, indiferencia.
La gran prueba para la comunidad internacional vendrá al momento de apoyar la recuperación. Por los menos tres millones de exilados desearán volver a sus hogares. Devolver la esperanza, la tranquilidad y la expectativa de mejoría a 32 millones de venezolanos será el gran reto del nuevo gobierno. Y una prueba más a las capacidades de solidaridad de la comunidad internacional.
Consultor en temas de seguridad y política
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