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Para quienes por varias décadas hemos seguido la política exterior de Estados Unidos (EU) y su relación con México, el fenómeno Trump es algo inédito. Cierto es que los gobiernos de EU nunca han visto a México como un aliado estratégico. De hecho, hasta 1992, el único mecanismo formal de cooperación binacional era la Comisión Internacional de Límite y Aguas (CILA), acotada a resolver temas en los límites terrestres. En 1994 se formaliza la relación comercial con el TLCAN y surgen otros mecanismos formales de coordinación como la Comisión Binacional MEX-EU, el Grupo de Alto Nivel para el Narcotráfico, los Mecanismos de Enlace Fronterizo y las reuniones interparlamentarias.
Los atentados terroristas de 2001 frenan la construcción del andamiaje binacional de cooperación. EU entra en su primera fase de unilateralismo que lo distancia del resto del mundo. El miedo al terrorismo hace de todo extranjero un potencial enemigo. En 2008 George W. Bush le hereda a Barack Obama la peor crisis financiera desde 1929. En este contexto la relación con México dista de ser prioridad. Funciona inercialmente. Por ambos lados.
Con la llegada de Donald Trump al “temor al otro” se añade el nacionalismo económico, resultante de la crisis financiera. Pero ahora el desinterés por México de sus predecesores se convierte en desprecio. Vapulear a México y a los mexicanos son párrafos importantes en su discurso nacionalista. Se pierde el tradicional respeto a las formas en la relación bilateral.
Por razones aún inexplicables —al menos para el que esto escribe—, Peña y Videgaray le dan la bienvenida al villano en 2016. Y no fue una equivocación del momento, pues meses después le otorgan el águila azteca al yerno del villano. A los insultos de Trump responden con sonrisas y cortesías.
Los insultos y las agresiones se agravan en 2019. Le tocan ahora a López Obrador, que llama al villano amigo y a sus amenazas responde con concesiones. Mejor ceder que confrontar. Y al buscar evadir cualquier confrontación externa que le haga ruido a su diseño político interno, en junio mete al país en un serio problema. Ahora le toca a México hacerse cargo de los migrantes que pasan por su territorio, en su anhelo por llegar a EU.
Pero la voracidad del villano no tiene límite. Aún no termina el periodo de prueba (25/07) cuando embiste de nuevo. Ahora con el anuncio de redadas masivas de indocumentados y con mayores restricciones al asilo para evitar que los migrantes que pretenden llegar a EU lo logren algún día. La nueva fórmula de Trump busca asegurar que los migrantes no pasen de México que se convierte, sin buscarlo, en el tercer país seguro. Ebrard dice que eso no sucederá, pero ya decidieron por él. Y el muro se construye desde aquí.
Qué difícil anticipar en qué acabará esta historia. Si el gobierno mexicano concede en esta segunda ocasión, su defensa de la dignidad se verá seriamente cuestionada, Trump seguirá ganado puntos para su campaña a costa de su vecino y México jugará el papel de tercer país seguro por tiempo indefinido. En el otro escenario, si el gobierno mexicano se la planta a Trump, el villano tendrá que buscar otras víctimas para su campaña y entraremos a una nueva fase. Lo que es cierto es que con Trump en la presidencia de EU nunca habrá un buen escenario para la relación con México. Sólo habrá que optar por el malo o por el peor. Y esto se habrá de definir muy pronto.
Consultor en seguridad y política exterior