En 1984 salió publicado en español (FCE) La Marcha de los Locos, de la estadounidense Barbara Tuchman (1912-1989). En este magnífico estudio histórico la autora revisa casos en los que los gobernantes tomaron decisiones que resultaron en contra de sus intereses y los de sus pueblos. Un factor común es que en todos los casos contaban con información suficiente para tomar decisiones distintas. El resultado, casi siempre, fue fatal: desde la caída de Troya hasta la guerra de Vietnam, pasando por la caída de Tenochtitlan.

Si la afamada historiadora volviese a escribir su libro sin duda se vería tentada a incluir a Donald Trump. Cada decisión de este presidente parece poner a Estados Unidos un paso atrás de lo que fue la primera potencia mundial, líder indiscutible de Occidente, indudable constructor del sistema internacional del siglo XX, una nación admirada, respetada e imitada en todo el orbe.

El arranque del siglo XXI marcó el inicio de la debacle de esta nación. La fallida respuesta frente al terrorismo internacional fue llevando al aislamiento. De ser una nación, otrora vigorosa y emprendedora, se convirtió en una nación temerosa y desconfiada. A pesar de los esfuerzos de Barack Obama por corregir el rumbo, todo indica que su destino estaba marcado.

A Donald Trump lo eligió una sociedad temerosa, ya aleccionada a ver a los extranjeros y al resto del mundo como una amenaza a su seguridad y su modo de vida, ánimo muy propicio para la diseminación del nacionalismo y el aislamiento que Donald Trump supo bien aprovechar. Una combinación de temor, ignorancia y soberbia.

Hace dos décadas nadie hubiésemos imaginado a un Estados Unidos en retirada del quehacer internacional, en contra de la globalización económica, con un nacionalismo que anula el multilateralismo —una de las principales aportaciones de EU al mundo—, enemistado con sus vecinos, en guerra comercial con enemigos grandes y pequeños y diezmando día a día la relación con los europeos, sus tradicionales aliados en el sistema internacional. Arrogante y prepotente, Trump recorre el mundo haciendo desfiguros y demostraciones de fuerza, lo que ha dejado a Estados Unidos sin liderazgo internacional. El respeto y admiración que otrora gozó se ha desvanecido. Ya nadie busca aliarse con Estados Unidos, sino protegerse de él. Estados Unidos ya no es un socio confiable. A Trump se le teme por su estupidez, no por su poder.

El problema del poder internacional es que cuando un actor se equivoca el resto sigue avanzando y le da una nueva fisonomía al sistema internacional. China el primero. Sin aspavientos devuelve los golpes con precisión y proporcionalidad y sigue su rumbo. Putin, que sí sabe lo que quiere, aprovecha la ingenuidad y torpeza de Trump para seguir avanzando en sus intereses sin interferencias. Para los europeos y para los vecinos de Estados Unidos, la situación es más complicada, pues su lugar en el mundo, su seguridad y sus economías han estado durante un siglo estrechamente vinculadas a Estados Unidos. Las consecuencias y los ajustes deberán ser mayores.

En Estados Unidos no todos están contentos con las decisiones de su presidente. Algunos están francamente preocupados, incluidos muchos de los republicanos, partido que lo llevó al poder. Sin embargo, cuando las aguas regresen a su nivel, si eso sucede algún día, los vientos serán diferentes. No existe vuelta al status quo anterior. Alguien tendrá que reinventar Estados Unidos si pretenden mantenerse como un jugador determinante del sistema internacional.

La tesis de Barbara Tuchman se confirma una vez más. Cuando los gobernantes enloquecen el daño es mayor y casi siempre irreversible. Mientras Trump siga en el poder, el efímero imperio estadounidense del siglo XX seguirá en picada.

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com

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