La séptima ronda de renegociación del TLCAN inicia con el adjetivo que mejor describe el proceso: incierto. No cabe duda de que nuestros negociadores, públicos y privados, han puesto lo mejor de su parte. Sin embargo, es un proceso cuyas coordenadas van más allá de lo que pueda desear y esperar México. El futuro del acuerdo, más que de México y Canadá, depende de la lucha de intereses entre actores internos en Estados Unidos.
Si el futuro del acuerdo estuviera sólo atado a la voluntad de Trump, es muy probable que ya no existiese. Afortunadamente no es así. Llevamos un cuarto de siglo operando bajo este marco, lo que ha llevado a generar cadenas de producción y comercialización entre los tres países que rebasan con mucho la visión limitada de Trump respecto de los beneficios y perjuicios de un tratado de esta naturaleza. El TLC ha interconectado las tres economías, no sólo en sectores productivos, sino también en inversiones, comercialización y mano de obra.
Cierto es que el mayor afectado por este clima de incertidumbre es México. Su comercio internacional se concentra en 81% en EU y representa 63% de su PIB. En otras palabras, el motor de la economía mexicana se encuentra en su interacción económica con el exterior. La política industrial de México se define a partir de esta interacción.
A diferencia del decir de Trump, los beneficios de reducir el déficit comercial mediante la imposición de barreras y aranceles es una quimera. Que en la economía de América del Norte se puede hablar de políticas nacionalistas es una cortina de humo. Son los mismos estadounidenses los que invierten y producen en México, lo que lleva a que el consumidor final en su país gane en calidad y precio. Y son los productores y exportadores de México y EU los que sostienen esta dinámica económica a través de cadenas de producción, comercialización y financiamiento, construidas en varias décadas.
Desde que Trump llegó a la presidencia ha promovido medidas y acciones que en nada han abonado a la buena relación con mexicanos. Para fortuna de México, los principales opositores de Trump están en EU. En un Congreso que no obstante el peso republicano, no le aprobó recursos para el muro. En jueces que han echado atrás sus iniciativas más virulentas en materia migratoria, la más reciente para dar continuidad al DACA. El futuro del TLC está en manos de actores económicos estadounidenses, en alianza con sus pares en México y Canadá.
Que actores políticos, económicos y sociales en EU propugnen por relacionarse con México en forma distinta a la que promueve su presidente no es por mera oposición política o sólo por simpatía hacia los mexicanos. Sus posiciones derivan de su propio interés. La economía de EU está orgánicamente ligada a los sectores productivos en México y allá los trabajadores mexicanos son y seguirán siendo clave en sectores fundamentales: el agrícola, la construcción y los servicios. Los realistas saben que la inmigración es parte de su historia, que es llevadera y en beneficio propio, así ha sido siempre.
En este escenario podemos ser optimistas, Trump no es sólo un escollo para México, también lo es para actores clave en su país. La relación estructural está destinada a trascender los caprichos, incluso de los más poderosos. Sin embargo, el corto plazo pinta complicadísimo. Para el gobierno saliente de México no puede haber buenas noticias. Tendrán que seguir luchando en este frente hasta el final, aunque su lucha no sea determinante. Para ellos no habrá triunfos políticos. Pero tampoco se perderá la guerra. Para el resto de los mexicanos esta debe ser una alerta roja, pues si bien las estructuras más sólidas al final sobrepasan los terremotos, los rebotes se llevan todo lo que no está bien cimentado.
Consultor en temas de seguridad
y política exterior
lherrera@ coppan.com