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Más allá de la controversia que ha generado la cancelación del NAIM, López Obrador será el primer presidente de México quien, incluso antes de tomar posesión, le habrá generado al Estado mexicano un déficit por varios cientos de miles de millones de pesos, una merma de cerca de cien mil empleos y un grave daño, financiero y de expectativas al sector privado del país.
¿Debemos deducir de su mensaje que la llamada cuarta transformación no requiere de generación de riqueza, empleos y de conexión con el exterior? ¿Podemos darnos el lujo de echar por la borda un proyecto de esta envergadura?
Más grave es el hecho de que en torno a esta decisión en ningún momento se hizo referencia a irregularidades en el proyecto, en los contratos o en su ejecución. La decisión se tomó sin brindar mayor fundamento técnico o jurídico que pudiera ilustrarnos —como pueblo—, sobre las justificaciones. Las pérdidas son más que evidentes. Las ganancias, de haberlas, sólo quienes tomaron la decisión las conocen y no nos las han compartido.
Ya tomada la decisión, resulta aún más preocupante el desdén con el que el futuro mandatario trató las opiniones contrarias a su decisión. ¡Los únicos inconformes —subrayó— son aquellos que se querían quedar con el viejo aeropuerto para construir un segundo Santa Fe! ¿Significa esto que cualquiera que no esté de acuerdo con su decisión es porque está protegiendo el local que ya tenía asegurado en el nuevo paraíso comercial? ¿Qué clase de aritmética política es esa? ¿O es que los grandes problemas nacionales se resolverán en adelante como si fueran pleitos de barrio?
Un apunte histórico. La democracia ateniense, que tanto ensalzamos y que tuvo su mayor gloria en el siglo V A.C., generó su rápida decadencia cuando una y otra vez, en la asamblea del pueblo, los belicistas promovieron continuar innecesariamente la guerra contra los espartanos, explotando el deseo de venganza. El episodio más trágico sucedió cuando, a pesar de las llamadas a la prudencia de Pericles y del propio Sócrates, la asamblea del pueblo, arengada por los demagogos, decidió enviar un ejército de 50 mil hombres a recuperar Sicilia. Los espartanos los masacraron a todos. Sólo cinco soldados malheridos lograron regresar a comunicar la peor derrota de la historia de Atenas y de la democracia ateniense.
Veinticuatro siglos han transcurrido en los que los que piensan y ven hacia el futuro han buscado formas de evitar las tragedias que pueden engendrar las democracias mal llevadas. Los mayores fracasos los vimos en el siglo XX, pero parece que el XXI no se queda atrás. Se nos olvida que las democracias que han sobrevivido no han sido gracias a sus políticos sino a la solidez de sus instituciones. A menos que ahora la idea sea cambiar de régimen, la forma en que se tomó, justificó y defendió la decisión, es un agravio a la institucionalidad democrática.
Una reflexión final. Hace cinco décadas escribió Octavio Paz: “En toda sociedad funciona un sistema de prohibiciones y autorizaciones: el dominio de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, de lo que se puede decir y lo que no se puede decir”. Paz lo escribió para el México del siglo XVII en el que vivió Juana Inés de Asbaje en el que “la censura provenía de la presencia invisible de los lectores terribles”, una forma de llamar a la Santa Inquisición.
Me pregunto ¿qué sucederá a partir del 1 de diciembre con las voces discordantes? ¿Habrá un equipo de lectores terribles que se encargarán de estigmatizar a quien se atreva a cuestionar las decisiones del nuevo gobierno y, para abreviar procedimientos, los declare enemigos del pueblo? ¿O en el mejor de los casos prevalecerá el desdén y la indiferencia? Muy pronto sabremos las respuestas.
Consultor en temas de seguridad
y política exterior.
lherrera@ coppan.com