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Después de cinco décadas de guerra interna en Colombia, en octubre de 2016 se firmó la paz entre las FARC y el gobierno. Una semana después, el acuerdo se sometió a plebiscito. El no al acuerdo de paz ganó por menos de un punto porcentual. Fue necesario realizar 190 modificaciones para su aprobación en el Congreso. ¿Si el acuerdo ponía fin a la tragedia que dejó ocho millones de víctimas, qué explica la oposición a la paz?
Francisco de Roux, jesuita colombiano, describe el escenario de guerra en su país como “una combinación a gran escala de corrupción política, cocaína, minería criminal, guerrilla, paramilitares, complicidades de los miembros de las fuerzas de seguridad y bandas criminales”. Pero añade, “detrás del conflicto armado están los grandes problemas estructurales nunca resueltos que nos ubican entre los países más excluyentes, más inequitativos y desiguales, más corruptos y más impunes del mundo”. Ni la guerrilla ni los paramilitares son un problema grave en México, pero desafortunadamente la segunda parte del retrato nos llega mucho más de cerca.
En más de un momento se ha hablado de la colombianización de México. La comparación no resiste el análisis, al menos por tres razones: (1) el historial de la guerrilla en México en nada compara con la historia de las FARC; (2) la existencia de las Autodefensas de Unidas de Colombia (AUC), fuerzas paramilitares responsables de 1,166 de las 1,982 masacres registradas, hace palidecer a las autodefensas mexicanas; (3) la asistencia militar extranjera a las Fuerzas Armadas, mediante el Plan Colombia, deja a la Iniciativa Mérida en el anecdotario.
Los conflictos armados son consecuencia de la polarización. De posiciones irreconciliables, con las que los contendientes buscan hacer prevalecer su punto de vista por las armas. Esto cabe igual para la guerrilla, que para las fuerzas del Estado y, en el caso de Colombia, para las fuerzas paramilitares al servicio de empresarios y terratenientes. El acuerdo de pacificación con los paramilitares se llevó a cabo entre 2004 y 2007. En 2016 inicia la desmovilización de las FARC, lo que deja a Colombia con un solo ejército. Un logro extraordinario que abre un sinfín de oportunidades y que, sin embargo, ha dividido a los colombianos. La desconfianza y el temor permean el ambiente. ¿Quiénes ganan con la paz? Los primeros y los más importantes, las víctimas de la guerra.
Francisco de Roux plantea una pregunta simple pero crucial: ¿cuándo perdió el Estado, en sus tres ramas —ejecutiva, legislativa y judicial— la prioridad de la protección de la vida? Vaya si resulta pertinente. Un Estado que no es capaz de brindar seguridad y certidumbre jurídica a sus habitantes es un Estado en problemas.
Ciertamente que Colombia no es México, como tampoco lo es Venezuela, país en situación verdaderamente crítica, algo que no hemos visto en México en el último siglo. Pero algo podemos aprender. La paz imperfecta, como se le ha llamado en Colombia, sólo fue posible cuando todas las partes en conflicto aceptaron que todos, directa o indirectamente, eran corresponsables de la guerra y de sus consecuencias y que la polarización que había llevado a la guerra había traído enormes pérdidas y ningún beneficio. Nadie ganó esa guerra.
Apostarle a la polarización política en México es un grave error. Es tanto como pensar que las instituciones de nuestra democracia imperfecta de poco sirven para dirimir diferencias y generar acuerdos. Todos somos culpables y corresponsables. La integridad y prosperidad de los ciudadanos son el valor supremo de cualquier Estado. Si no tomamos en serio esta máxima, sin importar quien llegue al poder, el barco nunca llegará a puerto.
Consultor en temas de seguridad
y política exterior.
lherrera@ coppan.com