El líder Al Bagdadi, surgido de los radicales sunní de Al Qaeda en Irak, declaró en Mosul (19/06/2014) la instauración de un Califato o Estado Islámico. Por la fuerza ocupó 40% del territorio sirio y un tercio de Irak, en total una parcela del tamaño de Italia, con ocho millones de habitantes y abundante riqueza petrolera. A partir de junio de 2017, la ofensiva militar de fuerzas locales, apoyada por potencias extranjeras, logró despojar al ISIS de Tikrit y Mosul en Irak y de Deir Ezzor y Raqqa, en Siria. Los islamistas sobrevivientes se encuentran en el Valle del Éufrates, cercados por la alianza del norte, apoyada por Rusia y, por la alianza del sur, apoyada por Estados Unidos.

La vida efímera del Estado Islámico —que durante su breve existencia de tres años, tres meses y 18 días no contó con el reconocimiento diplomático de ninguna de las 193 naciones del orbe—, puso en evidencia la preeminencia del Estado y sus atributos como el actor predominante del orden internacional, cuya principal característica es la integridad territorial.

Interesante el hecho de que en esta historia no medió declaración de guerra ni negociación para la paz. Igual que hace tres mil años, el territorio fue ocupado por la fuerza —brutal e inclemente en el caso de ISIS— y con la fuerza los despojaron del territorio y de cualquier pretensión de dominio.

En otras latitudes, la independencia de Cataluña, que en su última edición duró apenas unas horas, que no contaba con un ejército que respaldara sus intenciones políticas y cuya causa no es considerada una amenaza a la seguridad de nadie, de todas formas, mereció el rechazo de la comunidad internacional, no sólo de los miembros de la Unión Europea, sino también de la mayor parte de los gobiernos de América Latina, incluyendo a México. El gobierno de Puigdemont no contó con aliados internacionales.

Por supuesto la diferencia entre Puigdemont y Al Bagdadi es abismal. El episodio en Cataluña no dejó un solo muerto. La presencia de ISIS dejó una carnicería, muertos y destrucción como en ningún otro escenario de conflicto en el siglo XXI. Puigdemont seguirá siendo un actor político. Al Bagdadi está muerto o desaparecido.

El fundamentalismo islamista es considerado una amenaza por la mayor parte de los actores del orbe. Frente a la pregunta de qué hacer con las fuerzas remanentes del ISIS, los mandos militares de EU consideran que nadie debe salir de ahí vivo. Los europeos parecen secundarlos. Sin embargo, muera el ISIS, viva la Yihad. Otros grupos extremistas islámicos, cercanos o no a ISIS, se mantienen en pie de lucha. En 2016, en Libia, los extremistas islámicos perpetraron 183 ataques, dejando más de 300 muertos. En Egipto 150 ataques: 370 muertos. En Afganistán en 300 ataques aniquilaron a 800 personas. El ISIS podrá desaparecer, pero la causa islamista está viva y las condiciones que la originaron no han cambiado. Europa, Estados Unidos, Medio Oriente y África seguirán siendo campo de batalla, aunque el ejército atacante se reduzca a una persona con un fusil, un automóvil o una bomba casera, con capacidad para matar a varias docenas de personas en un solo evento.

Dos hechos destacan en el escenario post ISIS. El conflicto interno en Siria sigue latente y sin visos de solución. La combinación de fuerzas internas y externas, en uno y otro bando, complican enormemente el escenario. También lo hace la presencia de EU y Rusia, cuyas fuerzas cerraron el cerco en las riberas opuestas del Éufrates. ¿Volverán a la definición de zonas de influencia como lo hicieron en Berlín en 1945? Y ciertamente queda pendiente la cuestión kurda (Turquía e Irak). ¿Los kurdos son aliados o enemigos? La desaparición del ISIS resuelve un problema, pero dista de resolver la compleja problemática que lo originó.

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com

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