Los debates entre los presidenciables me dejaron claro lo cerca que están nuestros políticos de la lucha por el poder, cuerpo a cuerpo, y lo lejos que están de la ciudadanía. Me sorprendió la tendencia generalizada a hacer promesas grandilocuentes, pero al final huecas, sobre cómo arreglar el país. Soluciones simplistas a problemas complejos, recetas sobredimensionadas y fuera de contexto, o anuncios anticipados de medidas decimonónicas en la mejor tradición del autoritarismo mexicano.
Y en este ánimo me resultó inevitable hacerme la siguiente pregunta. ¿Y si yo fuera candidato, que les diría a los ciudadanos? Y me encontré con que, lejos de hacer promesas huecas y ensalzar mis virtudes denostando a mis competidores, me abocaría a hacer exhortos e invitaciones en temas que me parecen fundamentales para el futuro del país. La mayoría tiene que ver con la cultura como forma de enfrentar la vida y con cómo alinear el trabajo personal con el trabajo del Estado. Después de pensarle un rato como ciudadano y no como quien busca el poder, me surgieron las siguientes.
Cuidemos nuestra alimentación. Somos número dos en obesidad mundial —después de EU, de quien imitamos estas prácticas— y número uno en obesidad infantil. Un pueblo que se alimenta mal necesariamente será un pueblo bajo en energía. Cuidemos nuestra salud. No esperemos a la enfermedad. La mayor parte de lo que llamamos enfermedades se pueden evitar con buenos hábitos personales. Cuidemos a nuestros niños, jóvenes y adultos mayores. A los primeros porque son nuestro futuro, a los segundos porque les debemos el presente.
Cuidemos el respeto y la tolerancia. Sin estos valores las armonías se verán truncadas en cualquier ámbito de nuestras vidas. Aceptemos la diversidad y evitemos conflictos innecesarios. Cuidemos nuestras relaciones personales. Primero con nuestras familias, que son naturales compañeros de vida. Pero también con nuestros vecinos, compañeros de trabajo y con aquellos que dan servicio a nuestra comunidad: el maestro, el médico, el trabajador social o el policía de la cuadra. Participemos en actividades comunitarias.
Cuidemos a nuestra comunidad. Sólo mediante la cohesión comunitaria podremos blindarnos frente a la violencia y la delincuencia. Asumamos la parte del problema que nos toca. Cuidemos nuestra educación. La educación no sólo son certificados escolares. Cuidemos que nuestros hijos aprendan habilidades para la vida e interioricen que el aprendizaje es un continuo que implica apertura, disciplina y observación permanente del mundo que nos rodea. Cuidemos a quienes menos tienen. Siempre habrá alguien en peor condición que la nuestra. Dediquémosle aunque sea un ápice de nuestro tiempo y energía. La desigualdad no se resolverá si no participamos todos.
Cuidemos nuestras economías. Quienes vivimos más allá de la pobreza nos hemos acostumbrado a hipotecar nuestro futuro con préstamos y créditos —el de las tarjetas es el más caro— para adquirir bienes que en muchos casos realmente no necesitamos. Administremos mejor nuestro presupuesto y acostumbrémonos a ahorrar algo, por mínimo que esto sea. Cuidemos nuestras riquezas naturales. La naturaleza es vida y es generosa, pero requiere de respeto y cuidados. El agua, principal fuente de vida, no se reproduce. Si no la cuidamos, nos veremos todos en serios problemas.
Por supuesto que esto deriva más de una reflexión personal que de una pretensión de plataforma electoral, pero creo que tiene la virtud de poner en el centro al ciudadano en su vida cotidiana y no a las alianzas y a los adversarios políticos. Y no hice una sola mención a la corrupción, la seguridad pública y el crecimiento económico. Si no ciudadanizamos la política nunca saldremos del bache.
Consultor en temas de seguridad y política exterior.
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