A Juan Artola
El pasado 7 de enero falleció Juan Artola (68), uruguayo de origen, que dedicó su vida al tema de la migración como funcionario de la Organización Mundial de la Migración (OIM). Juan Artola ocupó diversos cargos en la OIM durante más de tres décadas. Su penúltima adscripción fue como representante de la OIM en México. Su dedicación a los flujos migratorios —y a las tragedias que conllevan— la combinaba con un sofisticado perfil intelectual, afición desmedida por la lectura y un gran sentido del humor. Hicimos muchas cosas juntos y nuestra amistad se volvió entrañable.
La trayectoria de Juan me lleva a cuestionarme la importancia de los diplomáticos en un mundo en el que hace tiempo los representantes dejaron de ser plenipotenciarios. Las tecnologías que permiten la comunicación instantánea de voz e imagen entre jefes de Estado, reuniones de ministros por Skype y la elaboración conjunta de textos entre funcionarios de países distintos desde sus mesas de trabajo, han dejado atrás ciertas prácticas de la diplomacia tradicional.
Sin embargo, la globalización ha generado nuevas dinámicas difíciles de entender y administrar con viejos enfoques y con visiones estrictamente nacionalistas. Las dinámicas que se generan hoy en día en el orden mundial son resultado de las acciones de múltiples actores, buenos y malos, estatales y no estatales, que exigen perfiles más sofisticados de diplomáticos y funcionarios internacionales, que además de ser expertos en su materia deben contar con una visión amplia y sin prejuicios. En el siglo XXI la comprensión de referentes de otras latitudes se vuelve una necesidad cotidiana para entender y administrar problemáticas y situaciones cada día más complejas.
Los altos funcionarios internacionales son electos o de carrera. No existe el dedazo y difícilmente un país puede imponer a su candidato. Usualmente requieren del voto de la mayoría de los Estados miembros de la organización —que luego serán sus jefes— y deben estar curados de nacionalismos, incluyendo el propio. Necesariamente son institucionales, pues si incurren en favoritismos más pronto que tarde serán denunciados por los no favorecidos. La alta diplomacia es una exigencia adicional, pues la tendencia natural es que todos busquen jalar agua a su molino.
México cuenta hoy en día con funcionarios internacionales de excelencia. Es el caso de José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE; Agustín Carstens, en el Banco de Pagos Internacionales y Alicia Bárcenas en la CEPAL. Estos funcionarios se convierten en consejeros clave, pues ven el mundo desde observatorios que les permiten identificar las mejores prácticas a nivel mundial. La mayor parte de estos organismos son de carácter técnico con extraordinaria capacidad instalada —de información y expertos—, que pueden ser oro molido para los países miembros. Los representantes de organismos internacionales tienen la ventaja adicional de no ser parte del juego político interno, lo que otorga neutralidad y objetividad a su trabajo técnico. Juan Artola, durante su estadía en México, dio muestra clara de todas estas virtudes.
En un mundo cada vez más convulsionado y complejo, lanzar funcionarios mexicanos a los organismos internacionales es negocio redondo, como lo es también aprovechar nuestra pertenencia a organismos y acuerdos internacionales y regionales de los que somos parte, pues esto nos ayuda a ser más eficientes y a despolitizar el quehacer público. Preparar diplomáticos con nuevos enfoques y visones resulta prioritario para el futuro de México.
Ojalá que quienes aspiran a ser gobierno en 2018, entiendan que en el ámbito internacional, para cosechar, hay que saber sembrar, y eso implica dedicarle tiempo y recursos a este tema.
Consultor en temas de seguridad y
política exterior. lherrera@coppan.com