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Dicen los que saben que el mundo siempre ha sido complicado, que es difícil predecir y que nadie tiene una bola de cristal que, si existiera, los servicios de inteligencia, el análisis y la prospectiva no tendrían sentido. Sin embargo, sabemos que, en el comportamiento de los gobernantes, en particular de aquellos en las democracias más avanzadas, había ciertas constantes y sus decisiones resultaban más o menos predecibles: decisiones que favorecían la estabilidad y el crecimiento económico, la buena vecindad, la estabilidad mundial y regional y hasta la lucha por una vida digna para las mayorías y el aminoramiento de los efectos del cambio climático.
Apenas iniciaba el siglo XXI cuando el terrorismo internacional provocó cambios en los paradigmas internacionales. La cultura del miedo sustituyó al análisis estratégico como base de las decisiones. Sin embargo, no fue en ese ámbito en donde reinaron los mayores desaciertos. Hoy queda claro que fue en el sector financiero, en el que las autoridades regulatorias de la administración de George W. Bush abrieron las compuertas en 2008 a la peor crisis financiera desde 1929. De sus consecuencias aún no se recuperan la mayor parte de los europeos y nadie nunca asumió la responsabilidad de estos hechos.
La crisis económica, combinada con el terrorismo internacional, llevó a que la inmigración, en particular en Europa, se convirtiera en un problema mayor. Y no sólo por el desempleo sino por el origen musulmán de gran parte de los inmigrantes de Asia y África. Los temores se acrecentaron y en 2015 el tema hizo crisis en Gran Bretaña, donde una parte importante de la población, que en las urnas resultó mayoritaria, votó por la salida de la Unión Europea.
En los imperios y monarquías, los gobernados consideraban que sus gobernantes contaban con la información y experiencia necesarias para tomar buenas decisiones. Quienes estaban ungidos por los dioses estaban destinados a mandar, incluso si lo hacían mal. Los sistemas democráticos y la expansión masiva de información dieron al traste con estos supuestos. El gobierno de Gran Bretaña, encabezado por Theresa May, no tiene idea de cómo construir ese mundo ideal que prometieron los políticos del Brexit. Propios y ajenos ven con grave preocupación el futuro de la gran Albión.
Pero el peor capítulo de las trampas de la fe en la democracia está en el hemisferio occidental. Donald Trump se ha convertido en el paradigma del voluntarismo político sin diques de contención. Por decreto desapareció el cambio climático, la búsqueda de consensos para enfrentar la crisis migratoria o cualquier otro tema de carácter global. Para fortalecer a EU Trump ha optado por cualquier medida a su alcance que impida el paso de personas, sean mexicanos, musulmanes o de cualquier nacionalidad que amenace el minoritario paisaje étnico social que lo llevó a la presidencia, clase privilegiada que a partir de 2018 pagarán menos impuestos que en cualquier parte del mundo. A pesar de sus bemoles, los mandatarios estadounidenses ofrecían al mundo certidumbre y estabilidad. ¿Quién hubiera pensado que en el siglo XXI China, tan distante a Occidente, habría de convertirse en el paladín de la globalización y el libre comercio y en un actor más confiable que Estados Unidos?
Para México el escenario 2018 será particularmente complicado, pues no sólo estará expuesto a los vaivenes del señor Trump que en cualquier momento podría anunciar su salida del TLCAN, sino que en casa prevalece la incertidumbre política frente a un año electoral cuya evolución y resultados son impredecibles. El descrédito de la política y los políticos, en todo el orbe, ha trastocado la fe en las democracias y no somos ajeno a ese escenario.
Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com