Este fin de semana culminará el proceso electoral para renovar el Parlamento Europeo. La política de la región, como la de todo el planeta, está sacudida por la fenomenología del cambio de época: terminó la edad de oro del neoliberalismo y los pueblos buscan nuevos rumbos. Soplan vientos favorables a los demagogos. Dos interrogantes responderán los electores: ¿sabrá sobreponerse la UE al desafío que impuso el Brexit?; la segunda, ¿sobrevivirá su actual diseño, frente a la ofensiva de las propuestas radicales de izquierda y derecha?
El fenómeno que ocupa la atención de los analistas es el fortalecimiento de expresiones de extrema derecha. Hay fundadas razones: desde los funestos periodos que precedieron a la Primera y Segunda guerras mundiales, no se había registrado un ascenso electoral tan significativo de tendencias nacionalistas y populistas así como de su voluntad de coaligarse en un frente, con el fin de conducir a la UE a derroteros muy alejados del espíritu que la engendró y ha impulsado sus instituciones. Desde 1950, cuando el ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, anunció la voluntad política de Francia y Alemania de trabajar por una Europa unida, comprometida con la paz, hasta su constitución como sujeto de derecho internacional de personalidad jurídica única (2009), el alma humanista ha impulsado su desarrollo.
En el actual debate político sobre su misión, se alcanzan a distinguir tres posturas:
1.- La europeísta institucional. Sus pronunciamientos más recientes se escucharon el 9 de mayo en la reunión cumbre en Sibiu, Rumania. Se puede resumir en cinco dimensiones estratégicas: una Europa protectora, porque la paz es poder en el mundo; una Europa competitiva que invierta en tecnología, apoye al mercado único, la industria y la moneda común; una Europa justa que respalde principios de igualdad, Estado de Derecho y justicia social; una Europa que ejerza liderazgo por el desarrollo sostenible y contra el cambio climático; una Europa inteligente que respalde y modernice al sistema.
Esta es la plataforma que impulsan las grandes fuerzas tradicionales europeas: populares (democristianos), socialdemócratas, liberales.
2.- La Europa de las naciones. Sostenida por el variopinto contingente de populistas, nacionalistas y antiinmigrantes; proponen reinventar la Unión, para que desaparezca todo vestigio de actuación como sujeto único; se recupere la soberanía cedida en diversos tratados y el europase a la historia. En la concentración de Milán del 18 de mayo, emergió el liderazgo de Matteo Salvini (Liga Norte, Italia); al lado de Marine Le Pen (Agrupación Nacional, Francia); Jörg Meuthen (Alternativa para Alemania) y Geert Wilders (Partido por la Libertad, Holanda), se llamó a conquistar el parlamento, no para destruir a la UE, como lo postulaban anteriormente algunos de estos grupos, sino para organizarla de modo distinto, en prosecución de los objetivos acordes a sus ideologías.
3.- La tercera postura, más académica que política. No es una plataforma partidaria, pero contiene un diagnóstico que alimenta la crítica a la conducción de la UE: el desmantelamiento del Estado benefactor y la desrregulación de los mercados; la ausencia de correcciones después de la crisis financiera; la desconexión entre la doctrina institucional a favor de una sociedad abierta, con los sentimientos de amplios sectores ciudadanos. (Jan Zielonka, Counter-Revolution, Liberal Europe in Retreat, Oxford UP, 2018).
Ciertamente solo los europeos votarán, pero nadie duda que los efectos de sus resultados serán globales.
Analista político.
@LF_BravoMena