Iniciamos el 2018 con las precampañas de los candidatos presidenciales en su última fase. Hasta ahora no han sido muy atractivas; es natural, no hay competencia interna en las tres coaliciones registradas y así no se despierta el entusiasmo entre los simpatizantes de los partidos y la ciudadanía en general.
Quizá lo más emocionante hasta ahora es la prueba maratónica de los aspirantes independientes, que corren jadeantes en la prueba de las 866 mil firmas para figurar en la ambicionada boleta.
El acueducto —mucho más que un puente— Guadalupe-Reyes tampoco ayuda a capturar la atención del público, los políticos no combinan bien con Jesús, María y José, Santa Claus y los Reyes Magos, por más que unos y otros prometan regalos y ofrezcan oro, incienso y mirra al respetable.
Será necesario que al cierre de esta etapa, y sobre todo en la campaña, candidatos y partidos se ocupen de nutrir al proceso de mayor sustancia propositiva, de modo que la lucha electoral propicie una verdadera construcción de voluntad política nacional; defina objetivos y metas estratégicas para superar la delicada situación por la que atraviesa el país, lo mismo en el orden político como en lo social y económico.
Lo peor que puede ocurrir es que los actores de la competencia sucumban a las frivolidades del supuesto ingenio de aquellos asesores que desconocen absolutamente lo que es la formación de la conciencia cívico-política y los lleven a protagonizar una deleznable pasarela de personalidades falsas, sostenidas en un marketing huero , eslóganes chatarra, frases desechables y fotoshop tan apócrifo como ridículo.
La anterior campaña presidencial de 2012 prueba cuán dañino fue para México engañar de tal modo a las masas mediante una operación publicitaria, como la que se montó en esa ocasión, nunca vista tanto por sus costos como por su impostura.
Muy pronto el producto electoral que se vendió, y se empoderó, reveló sus debilidades e inconsistencias. Soportado con un entramado corrupto y corruptor pudo mantenerse en pie tan sólo unos cuantos meses. Hoy puede dimensionarse el agravio por tal engaño en el bajo nivel de aprobación popular a la gestión gubernamental, misma que no mejora significativamente ni aún con la escandalosa y criminal derrama de miles de millones de dólares en los medios de comunicación. Y esto parece ser apenas la insinuación del castigo que los mexicanos impondrán en las urnas el primero de julio.
Cualquier mexicano medianamente informado sabe que a los mexicanos nos aguardan años difíciles. El entorno internacional no nos es favorable, algunos de los principales elementos estructurales del modelo de desarrollo seguido en las últimas tres décadas están bajo asedio y afectados por un tóxico ambiente de incertidumbre. Esto sólo por mencionar uno de tantos desafíos que ya están frente ante nosotros.
Necesitamos que la campaña motive la participación cívica, no acarreada ni engañada, propicie un debate serio que aclare opciones y defina rumbos, que facilite la construcción del futuro nacional inmediato. Gane quien gane la elección muy pronto se van a necesitar acuerdos plurales y la campaña puede ser un buen principio para dilucidar las convergencias y diferencias. Para comenzar, harían bien los candidatos en no ofenderse y que a este régimen priísta tan dependiente del fraude y la trampa, lo frene y enfrente el INE y el TEPJF; para ello algunos de sus elementos deben liberarse de sus complicidades.
Analista político.
@L_FBravoMena.