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Los observadores coinciden que las precampañas no dejaron buen sabor de boca. Frente a los graves problemas que aquejan al país, con enormes retos que la nación habrá de encarar en el próximo sexenio; a juicio de la mayoría de los analistas, el desempeño de los aspirantes presidenciales y de las coaliciones que los impulsan quedó debajo de las expectativas.
Es verdad que la legislación electoral contiene barroquismos absurdos, contrarios a la fluidez que requiere un debate serio y sustantivo, pero también es cierto que los actores políticos han sucumbido a los dictados de una mercadología superficial y efectista para lograr sus objetivos estratégicos: Anaya y Meade requerían subir su nivel de reconocimiento y a López Obrador le urgía borrar sus fuertes negativos cultivados en 18 años de campaña.
Los independientes, afanados en recolectar firmas, sin posibilidades de igualar a los partidos en los espacios mediáticos, pasaron al segundo plano. Esperan el dictamen del INE para superar tan extenuante prueba y figurar en un recuadro de la histórica boleta del primero de julio.
El resultado de esta primera escaramuza se aprecia en diversas fotografías demoscópicas: AMLO a la cabeza, Anaya se afirmó como segundo, Meade ocupa la tercera posición. Nada está escrito en mármol. Es un esbozo, faltan los golpes de martillo de la campaña y el filoso cincel de los debates.
A pesar de todo, ya están prefiguradas las nuevas dinámicas en las relaciones de poder; se alcanzan a ver tendencias de transformación en el sistema político. Destaca un dato central: el bloque político-ideológico que ejecutó la transición democrática y la reforma económica (1985-2013) está roto, con pocas probabilidades de rehacerlo. Esta grieta parió alternativas de cambio.
El PAN con el PRD y el MC en coalición Por México al Frente, sostiene como prioridad el cambio de régimen político. Propone liquidar el presidencialismo y dar paso a mecanismos del sistema parlamentario.
Está claro que ni la alianza del PRI con sus satélites, Todos por México, ni el contingente agrupado en torno a Morena, Juntos haremos historia, comparten esta propuesta. Los primeros porque prefieren continuar con el modelo de Ejecutivo acotado pero irresponsable e impune; los segundos porque van en la senda del caudillismo absolutista. De las urnas saldrá la correlación de fuerzas que definirá esta disputa definitoria del país para muchas décadas.
Lo mismo se aprecia en las propuestas económicas. El Frente anayista se pronuncia por un sistema de economía social de mercado, abierto y competitivo, con fuerte énfasis social: su propuesta más audaz; la renta básica universal, causó escozor y provocó rasgaduras en las túnicas neoliberales. La tríada oficialista no acompaña a esta iniciativa y el lopezobradorismo la descalificó; no encaja en su idea de restauración del nacionalismo revolucionario clientelar.
La reconfiguración del modelo político y económico será producto de contrapesos que el voto ciudadano genere en el Congreso y en las Cámaras locales. La renovación de una buena cantidad de legislaturas estatales es concurrente con la elección federal; así se integrará el Constituyente permanente, institución que será la arena clave en este proceso. Tampoco se puede dejar de observar el desenlace en la elección de las nueve gubernaturas en juego.
La cultura presidencialista induce a concentrar la atención en los candidatos presidenciales; craso error, el próximo titular del Ejecutivo federal no podrá hacer nada sin un sólido bloque parlamentario, federal y local, que lo acompañe.
Faltan 19 semanas para conocer a detalle el nuevo cuadro político nacional. Tengo certeza que estamos en el umbral de un cambio profundo en México y de la misma envergadura es nuestra responsabilidad cívica.
Analista político. Ex presidente
nacional del PAN (1999-2005).
@ L_ FBravoMena