Más Información
Con prórroga o sin ella, elección judicial va, asegura Taddei; afirma que presupuesto de 13 mmdp no es ninguna “ocurrencia”
Así fingió “El Guacho” su muerte para vivir en Estados Unidos; su esposa es hija de “El Mencho”, líder del CJNG
INE aprueba calendario y programa de trabajo para elección judicial; hay un retraso del 15% en actividades
Senado inicia discusión para aprobar reforma contra maltrato animal; Estado debe garantizar su cuidado y conservación
Diputados inician debate para crear supersecretaría de García Harfuch; prevén que dictamen se apruebe por unanimidad
Exceso de reformas erosiona legitimidad, afirma ministra Norma Piña; pide a universitarios pensamiento crítico
Son muchos los testimonios de mujeres que han sufrido violencia. El que les comparto lo escuché de viva voz. Las palabras no son textuales, pero traté de mantener la esencia y la cadencia:
“Sentía miedo, a veces rabia, impotencia, mucho dolor. Recordaba haber visto las golpizas que mi papá le propinaba a mi mamá y ahora era yo la que aguantaba, como ella, para que mis hijos tuvieran comida y techo.
Tuve que salir huyendo. Después de la larga enfermedad de mi madre, ya nada me detenía. Sí. Me detenía el miedo. Miedo a que mi marido cumpliera sus amenazas, miedo a que me quitara la vida, miedo a que mis hijos adolescentes se fueran de la casa y se volvieran presa fácil del crimen organizado.
Yo no sabía que había instituciones que ayudan a las mujeres, tampoco que yo podía recibir ayuda psicológica para vencer mis miedos. Ahí me dijeron que el lugar del que huí ocupa los primeros en feminicidio. De ahí salí, del peligro, del lugar adonde cualquier día me iban a encontrar muerta. Éramos muchas. A todas nos daba miedo volver a casa. Ya sabíamos lo que nos podía pasar. Sucedía siempre.
¿Qué me dio fuerza para huir? Fueron mis hijos, los tres son hombres. Ya no aguantaban verme doblegada, sumisa, débil frente a un hombre que me golpeaba, que me hacía menos, que me amenazaba de muerte.
Salimos con lo que llevábamos puesto sin que él se diera cuenta. Yo tenía datos bastante vagos de dónde vivía un hermano que había salido antes que yo porque se casó con una mujer de fuera. Llegamos a una tierra que da mucho y que tiene gente buena. Todos me apoyan. Mis hijos caen bien. Fueron ellos los que me dieron fuerzas para huir. También la psicóloga que me explicó muchas cosas que antes no entendía porque yo ni siquiera terminé la escuela. Aunque había otras mujeres con mayor educación que yo que también sufrían golpes y maltrato.
Mi padre no me apoyó. Se puso del lado de mi marido. Le daba la razón en todo. ¡Son iguales! Hoy hablo del machismo con naturalidad y sé que el machismo mata. Yo no quiero que mis hijos repitan esos modos de ser. ¡Tienen que ser diferentes! Tengo confianza. Están creciendo lejos del espacio de la violencia y lejos del hombre violento que los dañó al hacerme daño.
Es el miedo el que paraliza. Es el miedo el que detiene. Es el miedo el que mata. Y ahí estuve, con miedo hasta que me salí. Ya lejos y pasados varios meses, me siento otra, segura, con ganas de vivir. Sé trabajar y poco a poco iremos saliendo adelante. Cambió mi vida; hoy puedo dormir sin el temor de ser otra vez golpeada. Puedo despertar sin huellas de maltrato ni de haber llorado. No es fácil olvidar. Hay imágenes que quedan muy grabadas y, aunque ya estoy lejos, con frecuencia me persiguen.
Qué bueno que hay mujeres apoyando a otras mujeres. Qué bueno que se puede vencer el miedo; que se puede dejar atrás lo que te amarra.
Yo tuve la fuerza; otras conocidas mías no. En el pueblo se sabían sus historias. Se comentaban en voz baja. La mayoría no sabe que su vida puede ser diferente. Yo lo logré y quisiera que otras lo lograran también.
He descubierto muchas cosas, por ejemplo, que me gusta cocinar. Antes cocinaba yo porque había que hacerlo. Nadie lo agradecía. No le encontraba gusto a la comida. Hoy sé que soy buena en eso, que cocino rico y disfruto hacerlo. La vida tiene otro sabor.
Llegué a una tierra que me abrazó desde el primer instante. Me siento bien. No quiero ya ver al pasado, pero a veces me gusta que me escuchen, como ahora. Me hace bien. Sobreviví para contar lo que hoy estoy contando. Soy una mujer afortunada. Estoy viva. Vencí el miedo. Volví a nacer. Todavía no entiendo cómo aguanté lo que aguanté, pero no importa, hay que ver para adelante, aunque a veces sienta ganas de volver a contar mi historia”.
Catedrática de la UNAM.
@leticia_ bonifaz