Don Carlos Payán apareció un día cualquiera en la Consejería Jurídica del Distrito Federal para denunciar la actuación fraudulenta de un notario. Gracias a ello pude conocerlo personalmente, atender su asunto e iniciar una amistad que me hubiera gustado arribara antes.
Lo conocí cuando ya tenía cerca de 80 años y estaba seguro de que ya no le quedaba mucho tiempo de vida. Ya había comenzado, como dijo el miércoles en el Senado, “a decirle adiós a las personas, los animales, las cosas, los libros y los lugares que tanto he amado en esta vida”.
Cuando, en la tierra de Belisario Domínguez, daba yo seguimiento a la ceremonia de entrega de la medalla, venía a mi memoria su casa del centro de Tlalpan. Al recordar su amplísima biblioteca, pensé que es probable que don Carlos siga afortunadamente entre nosotros porque fue tardada la despedida de cada uno de sus libros antes de migrar a Cataluña. Pensé también en su perro y en los objetos de su cocina, espacio donde él se movía con naturalidad extrema, aguzando el olfato y el gusto hasta lograr, por ejemplo, que un buen mole de olla estuviera a punto.
Don Carlos dedicó su discurso expresamente “a los periodistas muertos en este país, que están sembrados a lo largo y ancho de la República”. Emuló al propio Belisario Domínguez al llamar a las cosas por su nombre. Al fascismo le llamó “fascismo”. No “neofascismo”, “protofascismo” o “ultraderecha”. Prefiero dijo, “dejar a un lado prefijos y eufemismos”.
Hizo un recorrido por el mundo, advirtiéndonos que sería catastrofista y no “apocalíptico” porque esa palabra “suena mal en la boca de un ateo irredento”. A pesar de ello, habló de tres bestias: la que lleva el agotamiento y destrucción de nuestra madre nutricia; la de la indiferencia de los privilegiados ante los despojados y, la tercera, “de rabia y sangre” es la del regreso al fascismo al que describió como “una marea negra y ponzoñosa” y reseñó lo que está sucediendo en Estados Unidos, Brasil, España, Italia, Francia, Finlandia, Grecia, Hungría, Alemania y Austria, con fenómenos que deben mantenernos en alerta.
Resumió las características comunes de los fascismos contemporáneos. Primero, dijo, “ya señaló al enemigo insignia: los migrantes”. En ellos han encontrado algunos países a los depositarios del odio, pero también, “el racismo, la homofobia, la islamofobia, el antisemitismo, el autoritarismo, el sexismo, el machismo, el chovinismo, el fanatismo religioso y los ataques a los medios informativos y el acoso o muerte de sus profesionales.”
El discurso fue pronunciado con la voz de un hombre de su edad, pero sonaba a la escritura de un joven. Hay quienes piensan, erróneamente, que todas las personas se vuelven conservadoras con el solo paso del tiempo, pero yo escuchaba en el discurso de don Carlos al eterno joven rebelde que nos pidió, y yo le tomo la palabra, ser vigilantes, críticos y solidarios para no permitir “una recaída al abismo”.
Al inicio del discurso, dijo. “Me iré sin saber a dónde, hacia qué profundidades de la nada y el olvido”. Usted estará en la memoria de muchos de nosotros. Ya lo inmortalizaron las breves líneas de sus rayuelas y las más extensas de otros escritos memorables. Yo lo recordaré siempre. Sonreiré al imaginar la escena del muchacho que le gritó en un recorrido por La Merced “ése, mi Einstein” y la sonrisa franca que usted le devolvió encarnando al genio.
La Belisario esta vez quedó en muy buenas manos. Manos dadivosas. Manos que teclearon en el momento oportuno denuncias y manifiestos. Manos que dieron vuelta a las hojas de infinidad de libros. Manos que movieron el contenido de una cazuela. Manos que, hechas puño, exigieron y exigen justicia y que, con la curvatura de un cuenco, evitaron que escapara la rebeldía. Salud, don Carlos.
Directora de Derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz