El jueves pasado celebramos en México el día de las madres. Entre loas, odas, y recitaciones, el día transcurrió con aparente normalidad; sin embargo, la fecha también es propicia para detenerse a ver a evolución del rol de la madre.
La maternidad es cada vez más una elección que un destino. Desde que en los años sesenta comenzaron a impactar los avances científicos en materia de anticoncepción y, por lo tanto, en la vida sexual y reproductiva de las mujeres, se dio un cambio significativo en la concepción de la maternidad.
Tener el control sobre el número de hijos que se desea tener es una expresión de soberanía sobre el propio cuerpo y sobre la propia vida. En México, a nivel constitucional, fue en 1974 cuando se plasmó el derecho a decidir de manera libre, responsable e informada, sobre el número y espaciamiento de los hijos.
En el ámbito social, la maternidad era vista como la “realización de la mujer”, esto es, como si no tuviera realidad fuera del proceso de procreación, como si su función reproductiva fuera la única que la hiciera real. Hoy en día, muchas mujeres deciden ser madres pero también enfocarse en otros aspectos de su vida. El desarrollo profesional no se ve truncado, necesariamente, por la elección de la maternidad.
La madre sufrida, la madre abnegada, ya no es el modelo que amerita el reconocimiento social. La abnegación, cuyo significado es: “renuncia de la voluntad, de los propios afectos e intereses”, ya no es necesaria porque hoy las mujeres pueden dar toda la atención a sus hijos sin negarse a sí mismas ni renunciar a sus propios intereses. La negación de la abnegación implica que puede coexistir el rol de madre con otros simultáneos que les dan plenitud a mujeres que pueden mantener una vida propia e independiente del hijo o los hijos que hubieran decidido procrear. Darle las atenciones necesarias no implica sacrificio. El sacrificio es un vocablo de origen religioso que en uno de sus significados es el “acto de abnegación inspirado por el cariño”. El cariño seguirá siendo indispensable, pero sin que darlo implique la negación de una persona.
El sacrificio y la abnegación eran socialmente exigidos a las mujeres so pena de considerarlas “malas madres”; sin reflexionar, paralelamente, acerca del rol de los progenitores, a los que parecía que la biología colocaba en una posición de meros observadores o, económicamente, de meros proveedores. Hoy, cada día más, las labores de cuidado se comparten y las de proveeduría también. Hay nuevas formas de paternidad y maternidad comprometida y responsable sin exigencia de abnegación. Ser mujer abnegada puede ser una elección pero no una condición sine qua non de la maternidad.
El panorama ha cambiado mucho en el último medio siglo y seguirá cambiando en la medida en que continúen potenciándose las nuevas masculinidades.
Por el desarrollo individual de las mujeres, la edad para ser madres también se está retrasando. Muchas están decidiendo procrear después de los treinta años. En otro tiempo, los embarazos comenzaban casi simultáneamente a la edad reproductiva. En esto hay que hacer notar las diferencias de las condiciones en el medio urbano y rural porque siguen siendo muy marcadas.
La maternidad elegida se traduce en hijos deseados y en maternidad gozosa, ya no se trata de ser madre porque “era lo que seguía”. La madre por convicción puede ser madre sin dejar de ser ella, sin necesariamente posponer otros sueños o proyectos de vida.
Así, las representaciones de madres admirables de hoy, no necesariamente encajan en el arquetipo de la otrora buena madre, aunque para muchas no es sencillo desprenderse de las culpas por no encarnar ese modelo, y claro que no es fácil por los siglos y condicionamientos que hay detrás.
Directora de Derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz