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Hay ciertas cosas del ejercicio gubernamental que me resultan incomprensibles. Una de ellas es la reunión del Presidente con Jared Kushner en casa de un alto ejecutivo de una televisora. Si me hubiesen advertido que eso iba a ocurrir, hubiese dicho que se trataba de una nota construida por los malquerientes del mandatario, quienes insisten en encontrar puntos oscuros a una gestión que en otros ámbitos avanza a tambor batiente.
Y sin embargo ocurrió. ¿Por qué decidió acudir a una reunión en la que perdía tanto? La primera explicación es que presta tan poca atención a los temas externos que decidió atenderla sin parar mientes en sus consecuencias. Esta hipótesis me parece descartable porque su canciller es todo menos un improvisado o peor aún, un desleal que decidiera poner a su jefe en un alto perfil de desgaste. No tiene sentido. La segunda es que no tuvo más remedio que acudir con un anfitrión que los ayudara a limar asperezas. Pero ¿cuáles podrían ser estas asperezas si las relaciones entre Presidentes parecían muy bien encarriladas? Consideremos algunos elementos.
El balance de opinión pública de la cena de marras es muy desfavorable para el gobierno. Para un presidente tan popular el costo podría ser marginal pero la lectura oscila entre la muy dura crítica desde la izquierda; muchos observadores se encuentran sorprendidos no solamente por la persistencia en el uso del mismo canal de comunicación adoptado por la administración anterior, el cual resultó tan valorado que hasta galardonado terminó, sino también por el lugar donde el presidente decidió departir con el yerno de Trump. Otro sector ha preferido callar por aquello de la disciplina, aunque estén todavía frescos los ecos de la dura crítica que hicieran a Peña Nieto por transitar esa misma avenida. No ha habido defensa sólida de la postura oficial.
Salta a la vista, entonces, que el yerno es el canal más importante que tiene abierto este gobierno o el camino privilegiado que Trump ha establecido para relacionarse con México. Para ellos da igual que se trate de Videgaray o de cualquier otro. Nada personal. El caso sorprende porque la administración de López Obrador arrancó, todavía como presidente electo, con una muy favorablemente comentada reunión con los secretarios de despacho norteamericanos; lo hizo en su casa de la colonia Roma y el tratamiento que le dio fue correcto para establecer un tono diferente de la relación. ¿por qué volver a encuentros furtivos con el yerno sin la presencia de la Embajadora Bárcena? Han pasado muchos meses y, entre otras cosas, ha ocurrido el desaire de Pompeo, quien muy probablemente canceló su visita de finales de enero por las discrepancias que hay en el tratamiento del caso venezolano, o el desencuentro Sánchez Cordero-Nielsen que sin llegar a ser grave terminó sin comunicado conjunto.
Yo supongo que algo se atoró en el dialogo ministerial para recurrir otra vez al galardonado con el Águila azteca. Intuyo que cuando se busca un entorno amistoso para hablar sobre asuntos de Estado, claramente es porque uno no se siente cómodo con los temas que se van a tratar y opta por una confortable compañía que acolchone una relación la cual, de entrada, no parece muy tersa.
No me sorprendería que con la visita de Bolsonaro a Washington, la cual además sella una alianza muy fuerte entre dos líderes que congenian en distintos ámbitos, México mostrará su inquietud por que algunos de los temas más importantes, que se habían pactado en reuniones previas, no avanzaron. Trump ha insistido con el tema de la emergencia y, como refería Agustín Gutiérrez Canet, los presupuestos para la cooperación se han recortado notablemente y, en consecuencia, es lícito preguntarse si el programa para invertir en América central despegará o es una declaración de intenciones.
Hablar con Kushner en un espacio reservado y amortiguado por Bernardo Gómez, pudo haber sido útil para que AMLO valorara el grado de fricción que pudo haber generado la postura mexicana en Venezuela y las verdaderas intenciones presupuestales de Trump de llevar a buen puerto aquello que, con muy buen criterio, ha planteado el Presidente para proyectar poder en América Central.
Sospecho que, si el gobierno optó por una reunión en la que pierde credibilidad incluso en su sector más cercano, es porque la situación lo ameritaba, por alto que fuese el costo. ¿Tanto pudo afectar nuestra postura en la crisis venezolana? Yo no veo otro expediente bilateral que lleve al Presidente a desgastar su autoridad con una reunión indefendible en los términos en que se dio. Si tal es el caso y nuestra postura en Venezuela es el motivo de un enfriamiento en las relaciones, creo que además de ser bastante discutible que una democracia apoye a un tirano por acción u omisión, nos resulta muy caro friccionar el bilateralismo más importante que tenemos por un asunto en el que no ganamos ni estatura moral, ni credibilidad. El 60% de los mexicanos (como muestra una encuesta publicada por este diario) no está de acuerdo con la postura que hemos tomado con Maduro. Demasiado caro en todos los frentes el apoyo a ese régimen exhibido por la ONU como represor y violador de todos los derechos. Pero que conste que es una hipótesis.