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Hace un año, el soberano votó masivamente por el proyecto de Andrés Manuel López Obrador con la esperanza de transformar de raíz cosas que en este país no funcionan apropiadamente. Hace 19 años, el mismo soberano votó por Vicente Fox y por el propio López Obrador como jefe de gobierno de la Ciudad de México con exactamente la misma esperanza. Un vago anhelo de transformación sin una precisión clara de aquello que debía o podía cambiar. Hoy, es verdad, tenemos gobiernos democráticos, como creo que los tuvimos desde el año 2000, a pesar del intenso encono que la izquierda tuvo para reconocer que la mayoría no se había decantado por ella sino hasta hace un año. Hoy el ciclo de alternancias ha sido completado y la esperanza de cambio sigue abierta. Cuando en retrospectiva se analiza lo que hemos cosechado se puede valorar que muchas cosas se han logrado, pero el pendiente fundamental de la transición sigue abierto. Los gobiernos democráticos carecen de un aparato moderno de administración y el lugar 105 que tenemos en calidad institucional, según el World Economic Forum, no ha cambiado demasiado en estos años.
Citaba el caso de la Ciudad de México porque, hace 19 años, fue llamada “la ciudad de la esperanza” y hoy, no es que la haya perdido, pero es una ciudad que se consuela, que incrementa su resiliencia con la enorme incapacidad de sus gobiernos para hacerla más solidaria y más eficaz. El transporte público sigue siendo precario, la gente vive a salto de mata y los espacios públicos son escasos y disputados. El país, por su parte, sigue sin contar con una policía confiable y un sistema de procuración de justicia digno de tal nombre. Las empresas energéticas son un barril sin fondo y los servicios públicos, en general, son deficientes. No habido, pues, una modernización administrativa que es la base fundamental para generar orden y así garantizar un largo periodo de prosperidad y concordia. El gobierno federal sigue siendo un ente incapaz de garantizar que funcionen los correos, que las líneas aéreas cumplan con lo convenido; es incapaz de tener una base de datos funcional de los vehículos que circulan o de reducir los accidentes en carretera, por no hablar de la contención de las extorsiones y el funcionamiento de los órganos de identificación de ciudadanos. Hace unos días, el Presidente reconocía que las aduanas y el servicio migratorio se encuentran en un estado de absoluto deterioro. El federal sigue siendo un gobierno profundamente politizado y muy poco proclive a desarrollar aparatos administrativos confiables e impersonales.
A un año de la elección de López Obrador y a 19 de la elección de Fox, este país carece de un entramado razonable de instituciones capaces de aterrizar una política pública que cambie la vida de los ciudadanos. La democracia llegó a nuestras vidas, pero con más ruido que nueces. No me parece que el diagnóstico del gobierno contemple la larga vía de modernización, parece más inclinado a tratar de reproducir su capacidad política y apropiarse de las instituciones del Estado para darles un sesgo profundamente partidista.
Por tanto, como he dicho en otras ocasiones, me parece que el país se parecerá más a la Ciudad de México, que es estable y resiliente, pero no un modelo de modernidad política ni de cohesión social. Es un gobierno rico, altamente politizado y administrativamente débil, con una sociedad corporativizada y tributaria de una red clientelar, más que una democracia próspera integrada por ciudadanos libres y críticos.
Analista político.
leonardocurzio