Eran cuatro senadores contra una maquinaria que funcionaba con una disciplina férrea. La línea política se dictaba en Los Pinos y el Senado de la República aprobaba mecánicamente lo que el Presidente disponía. Los cuatro discordantes eran: Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, Cristóbal Arias y Roberto Robles. Hoy, tres de ellos son legisladores y representan a la mayoría que salió de las urnas en julio. La operación del priísmo era de tal manera previsible que, Muñoz Ledo, con su tradicional ingenio, los acusó de haber instalado la robótica en una cámara que tenía un aspecto más mortuorio que saludable.

Los legisladores de la mayoría estaban entonces impedidos de dar a su función la dignidad de genuinos representantes populares o de las entidades federativas, porque ellos representaban al Ejecutivo, tenían una línea jerárquica que los anulaba llevándolos a una situación subordinada y abyecta. En aquella legislatura el senador Porfirio Muñoz Ledo escribió las páginas más brillantes de la historia parlamentaria de este país. Su presencia en tribuna era temida y esperada. Para una cámara acostumbrada a los discursos laudatorios al gobierno, la creatividad disruptiva de Muñoz Ledo daba un aire nuevo a una cámara senatorial intrascendente. Nunca senador alguno ha desafiado tanto a una mayoría prefigurada antes de cualquier votación, como lo hizo Porfirio. Queda en los anales de la historia aquel legislador brillante y valiente que sentó las bases del parlamentarismo mexicano moderno.

Debe ser enormemente satisfactorio para Porfirio y la maestra, estar hoy en los órganos de gobierno de las cámaras y ver cómo su partido está llamado a ser el vencedor de todas las votaciones. La pregunta será si la riqueza argumentativa se desplegará antes de votar o se instruirá a la fracción para que apruebe acríticamente todo lo que salga del despacho presidencial.

No tenemos todavía claro si se pueden mantener las autonomías funcionales de los legisladores con un partido como Morena, que aún carece de la institucionalidad necesaria para preservar un pluralismo vigoroso.

En el Senado de 1988 cuatro senadores hicieron historia y transformaron la vida del legislativo. Me pregunto si ahora, que son cientos, conservarán ese brillo y no se convertirán, por la circunstancia política, en aquello que tanto criticaron de la articulación partido-gobierno y la primacía del Ejecutivo sobre los restantes poderes.

Un legislativo fuerte es fundamental para controlar y dar dirección al descomunal poder que tiene el Ejecutivo y, sobre todo, para darle dirección a la institucionalidad, al cambio político y al diseño de nuevas instituciones. Habrá muchos legisladores que estén dispuestos a apoyar, como en su momento lo hizo el PRI, con “osos” históricos cómo rechazar y luego apoyar el ingreso de nuestro país al GATT conforme conviniera a la voluntad presidencial; pero habrá otros que le hagan ver al Ejecutivo que el poder está sujeto a un plazo y lo importante es edificar instituciones sólidas que den continuidad y certidumbre a la República. Espero que no olviden de dónde vienen y recuerden que la historia heroica de construir desde la minoría debe dar grandeza y amplitud de miras cuando se tienen mayorías calificadas. Los legisladores históricos no se merecen caer en la categoría de apoyadores incondicionales a lo que diga el presidente. Este país requiere de su talento, porque finalmente, ellos son representantes de la nación, antes que leales servidores del Ejecutivo.

Analista político. @leonardocurzio

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