Leonardo Curzio

Paren el mundo que yo me bajo

28/01/2019 |03:29
Redacción El Universal
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Conforme avanza el sexenio  se empieza a perfilar con mayor nitidez el proyecto de gobierno; hay campos de la acción gubernamental que tienen una  claridad meridiana y otros en los que los objetivos son nebulosos o contradictorios. Está claro qué le gusta y qué no le gusta al presidente, sobre qué temas le gusta problematizar y cuáles se convierten en bolas de beisbol a las que quiere batear lo más lejos posible.
 
Empiezo por las que poseen, a mi juicio, una interiorizacion plena por parte del Presidente. La política social goza de su más amplio afecto y es evidente que ha pensado en ella una y mil veces, ha ponderado acciones, ha tenido largas discusiones con su equipo e incluso se ha alimentado de actores externos; cierto es que ha tenido pocas variaciones desde que era el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, pero nadie podría negar que ha masticado el asunto lo suficiente como para defenderlo con soltura y tonos convincentes. Puedo decir incluso que el Presidente llega ser persuasivo y conmovedor en su defensa a los que menos tienen. Lo mismo podría decirse del equilibrio presupuestal, que ha sido religiosamente respetado, lo cual ha recibido un premio de los mercados demostrando que, igual castigan, que premian, y que las conductas sensatas son jaleadas, como las insensatas rechazadas, empezando por la cancelación del aeropuerto. Los mercados no están solamente para premiar las buenas decisiones, sino para censurar las malas y en el balance, el mensaje que mandó el presupuesto y el compromiso gubernamental de no adquirir deuda, genera un gran acuerdo entre los observadores de la economía. No parece una casualidad, sino una decisión ampliamente meditada, por el jefe del Estado.
 
Hay otros terrenos, sin embargo, en los cuales la definición parece poco clara. En seguridad, su seductora campaña de pacificar el país y darnos fraternos abrazos a todos, se ha topado con una necia realidad y el reconocimiento de la interacción de tres factores particularmente activos. Por un lado, grupos criminales muy bien constituidos, con una amplia implantación en las comunidades, le dan al fenómeno delictivo una connotación diferente a la dicotomía del pueblo bueno y los delincuentes; la segunda son los mercados ilícitos boyantes en los que se compra desde gasolina hasta turbosina, pasando por autopartes, celulares, mercancías y estupefacientes. Y el tercer componente es un Estado profundamente débil que, aunque tenga voluntad de acabar con esos flagelos, es incapaz de hacerlo porque no tiene los mecanismos institucionales para conseguirlo.

Es como si un hombre quisiera llegar a Tijuana en un día y pone todo su empeño en lograrlo, pero si carece de un aeroplano no podrá coronar su esfuerzo a pesar de todo el empeño y voluntad que exhiba. La lucha contra la inseguridad ha pasado, pasa y pasará por la edificación de instituciones y capacidades y no por la tentación de querer tener resultados en un corto plazo a través de atajos y acciones rápidas. Si el Presidente quiere legar algo a México en este ámbito, debe construir y prestigiar instituciones. Su gran contribución podría ser la Fiscalía, a la que ojalá no llene de propagandistas y activistas, sino de técnicos. Su titular es un alto funcionario del Estado quien ha trabajado en diferentes gobiernos y esa es una primera señal positiva; ahora falta construir el aparato, así como Santiago Nieto propone construir una policía de finanzas. De buenas intenciones gubernamentales está el infierno lleno, pero las instituciones requieren de varios decenios para madurar y lo que puede hacer un gobernante es poner los ladrillos que le tocan para desarrollarlas, no tratar de inventar las suyas.

 Pero la bola que más insistentemente batea el Presidente es la política exterior. Repetir que no quiere pelearse con nadie es una forma de eludir hablar del entorno externo que no parece despertarle el mínimo interés. Con todo respeto,  Venezuela no es un asunto de no pelearse con nadie, sino de dar salida a un conflicto que lleva años en estado de putrefacción, deterioro de la economía y con millones de personas arrinconadas por una tiranía que solo está preocupada por su conservación. Y con Donald Trump podemos seguir jugando al desentendido,  pero diariamente nos acusa de ser implícitamente los responsables de la oleada de crimen que azota a Estados Unidos. Todos los días los norteamericanos, predispuestos a creerle, confirman su prejuicio de que México es un problema y aunque el presidente quiera batear al jardín derecho el tema del vecindario, atender esa agenda es parte del ejercicio del gobierno; eludir pronunciarse o responder, invocando el tema de los principios, no ayuda a resolver ningún problema. Un buen socio de la comunidad internacional debe ayudar a resolver y no plegarse en una política aislacionista e incompatible con un mundo globalizado e interrelacionado. Si México fuese Bután, vaya y pase, pero somos México. En conclusión, si a todos los presidentes les apasionan unos temas y otros no, al final todos deben comprender que más allá de su agenda e interés intelectual, la edificación de instituciones y la conducción de la política exterior son materias indelegables del Presidente a las que les tiene que dedicar más tiempo, atención, lectura y diálogo. 

Analista político.
@leonardocurzio