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Por alguna razón, la cual supongo relacionada con nuestra inveterada incapacidad de distinguir entre lo básico y lo secundario, creemos que los gobiernos aprenden, escuchan y rectifican. La realidad enseña que la regularidad es que mantengan una inercia interpretativa y explicativa de la situación que los circunda. No nos damos cuenta que el mundo cambia a una velocidad vertiginosa y repetir el mismo estribillo, no es solamente ineficaz, sino contraproducente. Sospecho que tiene que ver con la edad. A partir de cierto umbral uno bloquea las novedades, tiende a repetirse con soporífera insistencia, cuenta los mismos chistes y, como se tiende a leer menos o hablar con personas de ideas diferentes, se repite hasta el cansancio la consabida fórmula.
Centro mi reflexión en la comunicación del gobierno que, a mi juicio, fue incapaz de rectificar incluso la manera de presentar sus aciertos. Fue un gobierno que cansó, incluso en el último informe, porque pensó que empaquetar números positivos en un spot, podría cambiar el estado de ánimo de la gente. La arcaica pretensión de sembrar cifras optimistas, como si fueran perlas raras en los medios de comunicación, está rebasada. Poblar la programación con indicadores descontextualizados y estadísticas deshilvanadas es una pérdida de credibilidad por partida doble. El diagnóstico erróneo partía de una filosofía un poco más sofisticada que la de Kung Fu Panda, la cual suponía que el enojo popular era solamente un tema de desinformación y asumía que si se hacían bien las cuentas (nos lo machacaron en una de las últimas campañas) la percepción sería diferente. No era un problema de cifras, ni de cuentas, nunca lo fue.
Habrán gastado millones en repetir las estadísticas que más les gustan y suponían que los periodistas, comunicadores y articulistas no ponderaban apropiadamente el enorme esfuerzo y progreso que el país tenía. Por eso prefirieron el diálogo con los dueños de los medios, creyendo que todo era asunto de dinero y no de persuasión, explicación y presencia constructiva. El Presidente tuvo muy pocos diálogos abiertos con los medios y los que tuvo fueron un éxito. Para quienes manejan la noticia, el contacto con el tomador de decisión puede abrir muchas más puertas para entender la posición del gobierno, que una molesta imposición de línea para que se incluyeran, en las portadas de los diarios o en los resúmenes de los noticieros, cifras positivas. Si yo fuera comunicador gubernamental estaría llamando a cuentas a varios de los que me sugirieron esos vejestorios, con ánimo de que me devolvieran el dinero que amasaron con resultados terribles para el gobierno que defendían. Espero que López Obrador y su equipo no les compren esas perlas de autodidacta.
Lo que nunca entendieron es que el problema no era de indicadores, sino de un profundo desgaste de la relación sociedad-gobierno. Cuatro años de incomprensión no se resuelven con una campaña. La gente estaba harta de un gobierno insensible e ineficaz. Resultaba una trompetilla pública enterarnos que pagamos más impuestos que nunca, se redujeron las deducciones ensañándose con la clase media y se devaluó tremendamente el peso a cambio de casi nada. Para una clase media que tocaba los 3 mil dólares de ingreso familiar mensual al inicio del sexenio, es muy probable que termine con un monto ligeramente superior a los 2 mil por el efecto combinado de impuestos y devaluación. ¿Por qué tendríamos que estar contentos (aunque entendamos las razones teóricas de la caída de los precios del petroleo) con unas finanzas públicas sanas si en gran medida se hicieron a costa de las familias y de las empresas? Un gobierno que no entiende que se metió con el dinero de la gente y no le dio ni transparencia, ni buenas cuentas, no puede llegar como el marido jugador, una noche, recordándole a su esposa la joya que le dio en su aniversario o lo que ha pagado de colegiaturas para disminuir sus calaveradas. ¿Cómo decirle a ese sector, el cual ha visto cómo su poder adquisitivo se erosiona y la inseguridad lo circunda, que tenga simpatía por un gobierno que, además, intenta aborregar con cifras increíbles o tratando de colar el mensaje en programas de entretenimiento o deportivos, como si nadie se diera cuenta de la patraña?
El gobierno, como cualquier persona o medio de comunicación, tiene solamente un capital para relacionarse con los demás: credibilidad y cuando la pierdes, aunque repitas hasta la náusea las mismas cifras, nadie va a creer y todos van a sentir hartazgo y repulsión. Me cuesta creer que no se percataran; mucha gente brillante rodeaba al Presidente, pero los gobiernos se mueven más por inercia y no por una capacidad de corregir, sobre la marcha, en función del entorno cambiante.
Analista político.
@leonardocurzio