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En una famosa novela llamada Los restos del día, un político inglés (anticuado y chapado a la antigua) lamentaba que el sentido caballeresco hubiese desaparecido de la política internacional. No quiero pecar de ingenuo, como ese desubicado personaje, pero es claro que cuando Donald Trump hizo campaña en contra de los políticos tradicionales, muchos no imaginaron el grado de vileza al que llegaría la política de ese país sin los Bush y los Clinton, los Kerry y los Powell del establishment. Lo que ha hecho el presidente de Estados Unidos es llevar a los niveles más bajos la conducción gubernativa de su país; su comportamiento es más propio de un tahúr del Mississippi que el de un empresario metido a político. Su capacidad de mover el tablero de manera arbitraria a su entera y única conveniencia resulta, a estas alturas, inaceptable.
El gobierno de México ha hecho todo por no irritar al inquilino de la Casa Blanca. Se plegó a negociar un acuerdo bilateral, ha seguido los canales informales (el yerno) indicados por Trump para mantener el diálogo abierto, ha expulsado a centroamericanos en abierta contradicción con la política de puertas abiertas que la administración proclamó y ha sido el único personaje al cual el presidente López Obrador ha tratado “con pinzas”. Pues ni así se ha logrado que transite por un camino previsible que fomente la cooperación. Sus excusas son mudables y pasan de la migración indocumentada, al tráfico de drogas para dar cuerpo a esa obsesiva idea de establecer aranceles para que las empresas norteamericanas regresen a su país. En realidad, todo lleva al guion del nacional proteccionismo o nacional populismo, que tantos líderes en el mundo han seguido con éxito: “Somos una nación muy próspera pero los demás países nos expolian la riqueza”.
El argumento es delirante y sus consecuencias pueden ser funestas para la economía de la región. Por tanto, me parece que los caminos a seguir son dos. El primero es activar al sector privado en aquel país que hasta ahora ha dado muestras de un extraño titubeo para defender su terreno de actuación. La extraña cobardía de un grupo de capitanes de empresa, quienes buscan acomodarse al discurso ramplón del proteccionismo, ha permitido a Trump enseñorearse del discurso económico de Estados Unidos. Hoy, ante la posibilidad de tener aranceles de 25% en otoño, me parece que no sería inútil presionarlos para que se expresaran como en la primera línea de defensa de una economía abierta basada en reglas. ¿De qué sirve firmar acuerdos (el TLCAN sigue vigente) si POTUS se conduce como caudillo latinoamericano de otros tiempos al decidir lo que se le ocurre contraviniendo el espíritu y la letra de los tratados? OJO: el tema de la la desinstucionalización es lo más grave de esta crisis. ¿Si las reglas se las van a saltar a la torera de que servirá firmar un TMEC? Ese es el tema central que el sector privado americano debería defender: “the rule of law”. ¡Qué tiempos estos en los que un gobierno nacionalista de izquierda en México es el encargado de defender el principio de los mercados abiertos y la protección de inversiones!
Para el gobierno de AMLO la lección es amarga pero fructífera. Su principio general de que la mejor política externa es una buena política interna hoy salta por los aires y constata que las amenazas del país desde el exterior son tan o más contundentes que las internas y que, aunque no sea su tema preferido, la función de conducir la política exterior es una de las tareas indelegables del Presidente. Por lo tanto, deberá defender la causa de México en todos los foros a los que se le ha convocado. El mandatario tiene el respaldo de sus conciudadanos ante este ataque inicuo y desproporcionado del vecino, pero en mi concepto, tendrá que hacerlo con gallardía y autoridad política en los foros donde más eco tendrá su mensaje y, para empezar, tendría que acudir a la cumbre de Osaka. La reunión de los líderes de las 20 economías más importantes del planeta es un espacio obligado para defender, ante sus homólogos, la causa de una economía abierta con reglas y mecanismos de cumplimiento de las mismas y la defensa de principios como los derechos humanos de los migrantes. Las conferencias matutinas tienen cadena nacional, pero el G20 es cadena mundial. Ahí se tiene que escuchar el mensaje de México que, en este caso, está en el lado correcto de la historia.
Analista político. @leonardocurzio