Conforme se acerca el relevo de administración , las diferencias entre los proyectos tienden a diluirse. La razón no es otra que la perspectiva desde donde se construye el discurso. Visto a la distancia, desde la óptica de una campaña opositora, el gobierno parece una especie de fortaleza en la cual se toman decisiones impopulares. Un castillo en el cual, una casta maligna, decide empobrecer a la gente con incrementos de tarifas o guerras inmisericordes contra el narco , en vez de optar por la estabilidad de precios y cultivar jardines de flores y armonía; miles de personas se preguntan, igualmente por qué además de tomar malas decisiones (¡tan fácil que sería tomar las correctas! ¿Verdad?) el presidente saliente no resolvió el caso Ayotzinapa o por qué la infraestructura se edifica de manera lenta y tortuosa y costosa.
Durante la campaña electoral es fácil decir que es mejor una política de abrazos (no balazos) o de contener los precios, pero cuando se acerca a las oficinas gubernamentales, se enfrenta el hecho de que al director de seguridad del municipio de Guanajuato lo matan el propio día que toma posesión. Lo mismo cabe para el discurso de los precios.
Es relativamente sencillo decir: “debemos evitar gasolinazos” pero cuando se confecciona un presupuesto, el gobierno entrante debe optar entre subvencionar gasolinas y, efectivamente, beneficiar así a los más ricos, o atender a los más desfavorecidos. Lo que era sencillo de denunciar, como si fuese una opción dicotómica, entre lo bueno y lo malo, se convierte en una confusa ramificación de pros y contras que tiende a complicar la decisión gubernamental.
A partir de esta realidad, el gobierno entrante tendrá que construir una narrativa que transite de la gran promesa de transformación a la transformación posible. Creo que será un camino interesante para un equipo gobernante acostumbrado a vivir en una especie de castidad autoimpuesta a un gobierno que tendrá que explicar, a un electorado impaciente, que el presidente de México puede ser un gigante político al tiempo que es un pigmeo presupuestal y una administración con capacidades muy limitadas para hacer valer su autoridad en todo el país. El discurso de lo posible no es un discurso pecaminoso ni debe ser visto como una disertación claudicante. Es el discurso de la responsabilidad y la madurez política . ¿qué se puede conseguir con lo que se dispone y qué no? A mi me entusiasma la posibilidad de tener al final de sexenio un sistema de salud nórdico, como lo prometió AMLO en días pasados.
Un posible legado de la Presidencia de López Obrador sería retomar, como ha sugerido su secretaria de la Función Pública, la agenda de la modernización administrativa como una prioridad. Gobierne quien gobierne, este país requiere de un aparato administrativo que mejore las capacidades de ejecución, desde la edificación de infraestructura, hasta la administración de las autopistas. Un gobierno que funcione debe estar en condiciones de identificar, a partir de una huella, a todos los ciudadanos y no tener que explicar lo inexplicable, como lo es el hecho de que en este país haya 37 mil personas desaparecidas. Hoy no lo hace porque no puede, porque no tiene una oficina que ubique esos desaparecidos como tampoco tiene un brazo que acabe con el robo de combustible y tampoco tiene inhibidores en las prisiones para evitar que las llamadas de extorsión se reproduzcan.
Resultará muy útil el efecto demostrativo de que la superación de estas debilidades administrativas no tienen nada que ver con la izquierda o la derecha, que no es un asunto de neoliberales o progresistas y no tiene que ver con la primera, la segunda o la cuarta transformación del país, tiene que ver con un estado chambón e incompetente y con una sociedad que no puede esperar que el cambio del inquilino de Los Pinos (próximamente el inquilino de Palacio Nacional) resuelva todo por voluntad política. La voluntad de cambiar es condición necesaria pero no suficiente.