El próximo canciller ha conseguido superar dos importantes obstáculos antes de tomar propiamente posesión. Logró, junto con Jesús Seade, darle un sentido de pragmatismo dinámico a la negociación comercial y en general a la relación con los Estados Unidos. Consiguieron aparecer ante la opinión pública como una mancuerna eficaz y capaz, con credibilidad y autoridad. A Ebrard le corresponde también el reconocimiento por haber reencauzado, por la vía epistolar, la relación entre Trump y López Obrador, consiguiendo ubicar en un tono más constructivo el dialogo entre mandatarios y establecer compromisos explícitos en el papel. Seguramente el ex jefe del gobierno tomó nota de que la conversación verbal entre Peña Nieto y Trump tomó un cariz desastroso poco después de que el (hoy) inquilino de la Casa Blanca saliera de Los Pinos. Atenerse al papel ha resultado mucho más útil. Coordinar con la administración en funciones el recurrir a la ONU para tratar la crisis migratoria y conseguir, discretamente, que Trump no generara una presión suplementaria sobre México es otro punto importante.
El presidente electo que no se ha interesado históricamente por los temas de política exterior, ha decidido poner a un peso pesado en la cancillería (no se puede decir lo mismo de más de la mitad de su equipo) y hasta ahora Ebrard ha demostrado las habilidades requeridas para ser un poderoso canciller. Su desafío ahora es demostrar que un canciller con esteroides (como lo es Videgaray) utiliza su poder para dar fuerza el Servicio Exterior Mexicano y no plegarse a un lineamiento general que debilita a la dependencia que dirigirá.
El canciller debe demostrar ahora su músculo político y autoridad ante la comunidad que va a dirigir. Tiene los tamaños (pocos lo podrían hacer) para hacer ver al presidente que la SRE, más que a un programa de austeridad a lo que podría ser sometida es un recorte, cosa muy diferente. Recortar es lo que han hecho casi una década los gobiernos de derecha europeos. Un tijeretazo a su presupuesto como los que utilizó el gobierno federal saliente para recortar salud, cultura y ciencia (que fue ampliamente criticado por insensible) sería entrar con el pie izquierdo. Los esteroides políticos sirven para defender a un cuerpo y darle proyección y como lo han demostrado voces tan respetadas como Porfirio Muñoz Ledo, el Servicio Exterior Mexicano no es un servicio faraónico. Al defender la dignidad del cuerpo, el canciller deberá también demostrar al ejecutivo que el SEM no es una burocracia indolente que está esperando a ver qué misiones nuevas le encomiendan. El presidente puede disponer la desaparición de Pro México, es su privilegio, pero debería ser privilegio del canciller hacerle ver que no puede recibir más funciones si no le dan los recursos para acometerlas. Tampoco puede recibir las funciones de promoción turística como si no tuviera nada que hacer. Es un disparate de tal magnitud como si al secretario de Relaciones Exteriores le dijeran que asumiera la cartera de Medio Ambiente, Economía y Turismo con la misma estructura y recursos; total, se la pasa viajando. Es simplemente insensato recortar presupuestos y acumular funciones.
La fuerza política de un secretario sirve para, en primera instancia, proteger a su cuerpo y si Ebrard quiere desplegar sus capacidades políticas a plenitud, tendrá que contar con un equipo profesional al que no puede humillar de entrada con un injustificado recorte y menos todavía someterse al absurdo que lo obligue a comprimir funciones de distintas subsecretarías en un par. Un secretario fuerte defiende su función y por esa vía su capacidad de organizar su secretaría sin que se lo dicten desde Hacienda y, por supuesto, hacer ver que dirige una secretaría de profesionales comprometidos y no a un montón de haraganes dispuestos a cualquier trapacería con tal de mantenerse en el puesto.
Analista político. @leonardocurzio