El portentoso Bauman nos ha planteado abandonar la bovina idea de construir una vida gloriosa a partir de la autoafirmación, cuya moderna variante podría ser el empoderamiento. Las sociedades actuales están decoradas, de forma recargada, de seres autoafirmados que reclaman su derecho a ser todo aquello que quieren sin reparar en que no todo en esta vida es un asunto de voluntad.

De la autoafirmación generalizada (deseable en el contexto de universalidad de los derechos) se derivan sociedades alteradas, irritadas, indignadas y profundamente líquidas. Con la misma enjundia, un día piden en su constitución el derecho a ser felices (no a perseguir la felicidad, sino a tenerla) y otro exigen, de forma delirante, el derecho a una alimentación variada y culturalmente satisfactoria. Por esa vía se puede exigir la plenitud sexual (dos orgasmos al día supervisados por algún observatorio ciudadano) o el derecho al buen gobierno garantizado por improvisados. Con el mismo ahínco con el cual se exige la felicidad, se reivindica también el derecho a ocupar cualquier cargo público porque la democracia permite sublimar su autoafirmación como ciudadanos. De obligaciones y esfuerzo hablamos menos. Es el mundo moderno en el cual todos aspiramos a ser super hombres (super mujeres) a la Nietzsche, amos del autodominio en todas las esferas por el simple hecho de ser nosotros. 

Por el contrario construir la vida como obra de arte permite aspirar a vivir en plenitud, mas la aspiración no nos coloca en la meta. Por aspirar me encantaría, por ejemplo, que mis opiniones tuviesen la contundencia que las de José Ramón Cossío, pero, al igual que las obras de arte hay que concebirlas y parirlas con enorme esfuerzo (no imagino que el Polyforum fuese el producto de una pincelada flamígera de Siqueiros), la trayectoria de un ministro, académico y opinador, como Cossío se debe esculpir con una incansable vitalidad y estudio. 

La trayectoria del saliente ministro nos demuestra que su indudable talento debe complementarse con un esfuerzo serio de reflexión, lectura y deliberación. No me extenderé en calificar su muy fructífero paso por la Suprema Corte, tampoco por su infatigable energía intelectual, la cual podría resumirse en la reciente colección de volúmenes sobre temas constitucionales publicada por el FCE, pero su legado es mucho mayor pues es miembro de instituciones tan exigentes como El Colegio Nacional y el Sistema Nacional de Investigadores. Cossío es el garbanzo de una libra que todos quieren encontrar, pero el ciudadano José Ramón tiene mucho que enseñar a la sociedad contemporánea pues, como integrante de uno de los poderes del Estado, ha mantenido siempre una postura reflexiva y nutritiva en el gran debate público. Sus contribuciones en este diario y en otros medios han propuesto líneas de interpretación audaces y siempre respaldadas por lecturas ubicadas en la frontera del conocimiento. Es asombroso que, quien dedica su vida a juzgar, pudiese al mismo tiempo hacer reflexiones políticas a partir de la obra de Shakespeare. Cossío ha construido su trayectoria como si fuese una obra de arte, planteándose pequeños pero cotidianos avances, a partir de reflexiones que compartió con el gran público y eso nos permite ver, a guisa de radiografía intelectual, cómo se construye en el cerebro de un hombre al servicio del Estado, un razonamiento profundo y duradero, en contraste con aquellos que repiten, para angustia colectiva, que todo es un problema de voluntad de autoafirmación y de buenas intenciones, como si la excelencia intelectual y el mérito fuesen una disposición adjetiva. 

La vida no es incendio y creación fulgurante, tampoco iluminación o autoafirmación ramplona, como sugiere ese sucedáneo de la religión que es la literatura de autoayuda y esa democracia de alterados que cree que todos tenemos derecho a todo por el simple hecho de existir debe repensarse. 

Cossío es un ciudadano ejemplar que ha dado brillo a las funciones que le han encomendado. Como ministro se retira con un amplio reconocimiento nacional por su autonomía y una trayectoria intachable de funcionario que vive de su sueldo (lo que corresponde en una República que nunca hay que confundir con orden franciscana).

Es un privilegio, para nuestra generación (que ha tenido tantas autoafirmaciones que se colapsan por la avenida de la inconstancia y el prejuicio), contar con alguien que ofrece una lección vital y demuestra que, subir la montaña de la vida supone planteársela como una obra de arte. Cossío lo ha hecho de manera magistral en las tres facetas que integran su carrera. Su legado es muy valioso para los jóvenes y para el Estado. Para los primeros, es que la inspiración viene siempre después de una larga transpiración intelectual y para el Estado, la certeza de que la formación de cuadros es una prioridad absoluta. El Estado no puede transformarse por simple voluntad, ignorando la huella del momento, es decir, ese pasado que condiciona las posibilidades de producción del futuro. No se puede producir futuro alterno cuando buena parte de los cuadros del Estado vienen cargados de pasado y, en muchos casos, no rezuman voluntad de acumulación intelectual ni tampoco tienen un paracaídas ético irrompible. El Estado moderno, pues, se forja con cuadros como José Ramón quien ha hecho del estudio y la independencia de criterio el norte de su carrera.

Larga vida al ministro Cossío quien demostró que los intelectuales en la SCJN tienen mucho que aportar.


Analista político.
@leonardocurzio

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