Le ocurre a todos los gobiernos. Lo podríamos llamar el síndrome del incomprendido. Todo gobierno que finaliza siente que la opinión pública y la opinión publicada no valoran en su justa dimensión todo aquello que, desde su punto de vista, debería ser ponderado. Los presidentes expresan en sus líneas de comunicación oficial su insatisfacción porque no se cuenta todo aquello que consideran fundamental y de vez en cuando muestran su impaciencia e irritación porque consideran que la crítica es ácida y constante, amén de injustificada y desequilibrada. En su caso tienden a culpar a los medios, las redes o incluso a patologías nacionales como aquella de amplia circulación en otros tiempos según la cual a los mexicanos nos gusta hablar mal de nuestro país y por eso criticamos tanto a nuestro gobierno. Su reacción es también muy similar y en primera instancia intentan influir desde su oficina en el curso del proceso electoral. Fox, por ejemplo, intervino hasta casi descarrilarlo según lo dijo el tribunal electoral en 2006; Felipe Calderón fue acusado también de violar la Constitución por meterse en el proceso electoral intermedio y ahora Peña Nieto intenta incidir con una actitud que disimula mal su molestia por el ánimo social que percibe. Se siente incomprendido o poco valorado y una vez que se percate de que en vez de ayudar a su candidato la cercanía gubernamental puede afectarlo, tendrá que replegarse a ceremonias cívicas o viajes al exterior. La política exterior es, por cierto, un campo de acción muy útil para presidentes en vías de concluir.
Es frecuente también que se intente minimizar o descalificar la información adversa que llega a sus mesas y en función de su cultura política oscilarán entre manifestar molestia por los datos que la realidad les arroja o los que tienen un resorte más autoritario tenderán a silenciar o a censurar la información. No extraña por tanto que quieran desaparecer o desacreditar encuestas que no le sean favorables o consideren que detrás de cualquier reportaje o apreciación crítica hay oscuras intenciones en su contra. Como adolescentes se encastillan y empiezan alimentar resentimientos propios del incomprendido y como van de salida no desarrollan una estrategia para transformar la realidad y formular un genuino propósito de enmienda.
Que un gobierno saliente tenga esta actitud no tiene una relevancia mayor, finalmente se irá con la sensación de que su contribución será valorada por la historia y relegará toda la información que le resulte adversa. Lo peligroso es que en el cuartel del candidato oficial prive exactamente esa misma actitud. Dicho de una manera francamente coloquial es muy riesgoso para el candidato oficial sudar las calenturas del gobierno saliente y razonar como si todavía estuviera en el gobierno. Tanto el candidato como su coordinador de campaña tuvieron rango ministerial en el gobierno saliente, pero su actitud no puede ser negacionista y mucho menos proclive a minimizar o descartar la información que no les es favorable, pues no hay peor disposición en un equipo de campaña que negar lo que ocurre como si estuvieran todavía en los despachos gubernamentales. Que se lo pregunten a Labastida, hombre inteligente que sin embargo nunca dejó de comportarse como secretario en el 2000. Aunque sea difícil despojarse de los resortes y la actitud secretarial, la gente cercana a Meade no puede contaminarse con la actitud del incomprendido que el gobierno exhibe. Si quieren mejorar su posición de campo deben tomar los datos de la realidad con un ánimo sincero de entenderlos y no tratar de justificar lo injustificable. Los precios suben y el gobierno nos despacha un nuevo TUA; suben las tarifas en las autopistas con las mismas interminables colas y la sensación de que los servicios públicos están fatal. Igual que los datos de Planea indican que nuestros estudiantes de secundaria están recibiendo una educación de pésima calidad y que la política de seguridad ha sido un rotundo fracaso. Hace falta acusar recepción
y enmendar.
Si el equipo de Meade no logra salir del ánimo justificatorio de la acción gubernamental y como consecuencia de condena de los que están inconformes, no podrá conectar con el ánimo de muchos sectores que pueden confiar en él como persona pero que no pueden hacerlo si justifica lo que claramente irrita a los ciudadanos.
Analista político.
@leonardocurzio