En sus primeros dos meses como presidente, López Obrador ha ocupado el centro de la agenda pública. Todas las mañanas lanza iniciativas políticas, nuevos programas de gobierno y se da el tiempo de polemizar con algunos y ser franciscanamente prudente con el presidente de Estados Unidos. Es probable que esto sea lo correcto pues, a diferencia del resto de los actores quienes oyen las críticas presidenciales sin poder responder, Trump podría, en pie de igualdad, mantener una escalada simétrica la cual sería, en última instancia, funesta para todos.
A pesar de las desmañanadas, el mandatario conserva una sonrisa irónica al abordar ciertos temas y consigue despertar el buen humor de los reporteros con expresiones jocosas como la del elefante reumático. Así llamó el jefe del Estado a la administración pública, la cual parece no tener trazas de seguir el ritmo del inquilino del Palacio. De hecho, dice el refrán que las cosas de palacio van despacio y es probable que ese ritmo pausado de la burocracia acabe desesperando al titular del Ejecutivo. No es un tema menor discutir los ritmos de cada uno de ellos. Es verdad que no hay administración que aguante a un jefe que todas las mañanas anuncia planes y políticas que, por su carácter vertiginoso, parecen ya estar en marcha. Hay dependencias en las cuales todavía no está integrado el primer cuadro de funcionarios técnicos y otras están entre el cambio de denominación y ese despropósito administrativo de reubicarlas en otras entidades. No se puede estar cambiando de casa, de compañeros y seguirle el ritmo al Presidente.
Aun cuando estos elementos son pasajeros, por definición, la administración pública es un tema fundamental de la agenda nacional y, a mi juicio, uno de los más importantes para mejorar la calidad de los servicios públicos. En otras palabras, además de recortar los salarios y proponerles trabajar los sábados, el nuevo gobierno debe hacer una oferta de curación al elefante reumático. ¿Qué hacer con una administración que durante años se reclutó con una lógica política pura? ¿Seguir por esa vía y reclutar a activistas de Morena o bien, sentar las bases del servicio profesional? La tentación inmediata de cualquier gobierno es colocar a los leales, que en el caso de López Obrador son muchos, por la amplitud de su movimiento y durante años soñaron con llegar al barco del Estado.
Ganaron las elecciones y se merecen estar ahí y aunque muchos de ellos destilan un rencor profundo a un pasado que consideran (probablemente con razón) abyecto e inicuo, es positivo que se sienten en los despachos secretariales y comprueben la complejidad del Estado ya como responsables de las dependencias. Decía el padre Ellacuría, hombre docto donde los haya, que nada modera más a un radical que un despacho de caoba y responsabilidades gubernamentales. Pero al mismo tiempo que se reparten cargos a los leales, es importante que el Presidente y su equipo más cercano contemplen la posibilidad de conservar las áreas técnicas que tiene el Estado, pues, aunque no sean muchas ni tampoco particularmente eficientes, es claro que prescindir de ellas va a ser, en el mediano plazo, más costoso para él. Y de la misma manera, pensar que los temas más sensibles de su gestión, particularmente la procuración de justicia, la seguridad, así como los servicios de inteligencia, queden en manos de funcionarios del Estado y no de activistas políticos.
La política tiene una dimensión fundamental para configurar un gobierno que tenga el respaldo de la mayoría, pero la administración es tan importante para legitimar, por la vía del desempeño, a un gobierno que arranca con inusitada fuerza pero que, sin los instrumentos necesarios, podría no alcanzar sus objetivos políticos. Como en alguna ocasión dijo Luis Rubio: “A este país le hace falta mucha política” (y en particular buena política), pero también le hace falta mucha administración, buena administración. Celebro que, en estos días, cuando la referencia externa ha sido una constante, el jefe del Estado encuentre similitudes de su movimiento con el PSOE, un partido que permitió que España diera un salto cuántico en materia de infraestructura, crecimiento económico y desarrollo social.
Discrepo de aquellos que quieren ubicar a la izquierda solamente en las ruinosas políticas cubanas y venezolanas; la izquierda gobernó España y la modernizó y en América Latina el ejemplo uruguayo y chileno de una izquierda moderna que edifica instituciones y gobierna con la ley en la mano, permiten también, en un espacio breve, una transformación radical de la realidad de un país. Esas son intachables fuentes de inspiración, con resultados probados y sin recurrir a la polarización.