Es lamentable lo que le ha ocurrido a Marichuy. La simpatía personal que nos despierta la desgracia ajena me mueve a preguntarme por qué su candidatura no suscitó el interés que potencialmente pudo haber despertado. Es una mujer con recursos personales suficientes para empujar una candidatura y su causa tiene, a mi juicio, una estruendosa vigencia. Por lo tanto me pregunto: ¿qué significa que una candidatura que viene del movimiento indígena no haya despegado? y se me ocurren tres líneas de interpretación.
La primera y más directa, habla más de la sociedad que del propio movimiento, y es que la ciudadanía mexicana ha entrado en una fase de hartazgo selectivo y pequeño burgués (por paradójico que parezca, en una sociedad donde la mitad de la población activa gana menos de dos salarios mínimos) que se expresa en los típicos comentarios de las redes sociales: “no me siento representado por nadie, todos son iguales”. Un universo de indignación selectiva y cuidadamente hipócrita que puede crucificar a Arreola pero callar cuando el PES defiende su ideología familiar. Lo más patético es irritarse por lo que otros hacen o dicen y no ver las propias debilidades e inconsistencias en las filas internas, como cuando el PRI se rasga las vestiduras por la corrupción de Anaya o éste último pasa a hurtadillas por la corrupción de la administración capitalina, ahora su fiel aliado. El movimiento indígena tenía una frescura que lo alejaba de la típica actitud (muy clásica de la Ciudad de México), que antes describía, de defender hasta la ignominia al propio gallo. Pues bien, ese movimiento no ha logrado obtener las firmas para registrar a su candidata.
En mi opinión, es un fracaso colectivo que una voz genuinamente disonante no entre a la campaña, porque el pensamiento y el discurso crítico al sistema (con la autoridad moral de quien no gasta ni 200 pesos porque no los tiene) estará ausente en un México que requiere cambios. Pensar que el PAN o el PRI propondrán algo muy diferente a lo que han hecho hasta ahora es ingenuo; ni discursiva ni prácticamente romperán ningún equilibrio y MORENA, en su afán por demostrar que no es un peligro para el sistema, hoy habla por la boca del yerno de la profesora, ¡que la prensa de izquierda ubicó como la expresión más pura de la ignominia calderonista! En consecuencia, tendremos una campaña en la que la norma será la defensa del statu quo y creo que las voces radicales (con las que yo -debo subrayar- no coincido) son fundamentales en un país que necesita cambios de fondo.
La segunda línea es que el movimiento indígena no logró (como les pasa a muchos movimientos sociales) entender que su umbral de victoria es el cambio cultural y no conservarse como fuerza política tradicional. El indigenismo sacudió la conciencia del país y consiguió reformas constitucionales y un reconocimiento a la legitimidad de su causa como pocos lo han hecho. Desfondó moralmente al salinismo e impulsó decisivamente la democratización del país. Después se replegaron para construir su mundo alternativo y tratar de mantener una posición de distancia a las formas de hacer política con formulaciones incomprensibles para la mayoría como “la otra campaña”. Su distancia con los intelectuales y periodistas más afines al campo de la izquierda fue su feroz critica a AMLO; caricaturistas, opinadores y políticos zurdos tuvieron que elegir y no dudaron en mandar a Marcos al desván de los recuerdos. La cargada es la cargada. El repliegue de Marcos tuvo un impacto brutal en el debate de la izquierda porque era un personaje divertido y profundo, algunos dicen que más lo primero que lo segundo, pero al fin un hombre de ideas y causas. Desde que Marcos se fue, la izquierda repite consignas, no tiene ni siquiera un blog de discusión teórica. Sin Marcos esa izquierda urbana a la que le gusta más divertirse que debatir, se alejó del zapatismo. Es más fácil chacotear con la PRIETA e indignarse por una expresión lamentable de Enrique Ochoa que apoyar a un movimiento que nos tira a la cara el racismo estructural de este país.
La tercera línea es que el movimiento se petrificó. Si el repliegue sobre su pequeño mundo antiguo es consecuencia de una voluntad propia lo entiendo, pero mucho me temo que la legitimidad de una denuncia (la deplorable situación de los pueblos indígenas en un país que insiste en negar su raíz) no te da una llave maestra para tener soluciones de continuidad y resolver la vida de la gente. Tampoco pudo establecer puentes de contacto permanente para renovar movimientos infecundos como el CGH o el territorial urbano, o el amafiamiento sindical de la Coordinadora y el Sindicato, hoy en vías de reencuentro por la pista política tradicional y no por la transformación radical. Tener razón en la denuncia no te convierte en un reformador eficaz. La distante simpatía de los núcleos urbanos más preocupados hoy por sus redes sociales que por la indigencia de las comunidades indígenas, se ha convertido en una gélida inconciencia. Y sin embargo allí abajo, abajo, cerca de las raíces siguen esas comunidades. ¿Donde esta usted subcomandante?