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Coincido con la lectura de Rodríguez Araujo quien señalaba, en su artículo de esta semana, la conveniencia de que el presidente electo concentre sus declaraciones en lo que es competencia exclusiva de su investidura. A estas alturas puede dejar a sus partidarios los temas polémicos (tiene dos bancadas mayoritarias dispuestas a decir lo que él quiera y a usar el lenguaje más confrontador y directo) si su deseo es mantener el clima polarizado de la campaña que tan buenos frutos les rindió, pero que hoy son incompatibles con su posición de Presidente electo.
No discuto silogismos tan dudosos como que la tragedia de los cadáveres ambulantes en Guadalajara es producto del fraude electoral de 2006, porque es un ejemplo de politización de cualquier tema. Como si en un matrimonio disfuncional, ante una grave enfermedad del niño se reprocharan mutuamente que no debieron casarse 12 años atrás y claro si no lo hubiesen hecho por supuesto que el niño no existiría, vamos que sino hubiese habido matrimonio no habría enfermedad, pero el tema sigue siendo la enfermedad, no lo que ocurrió 12 años antes.
Y no entro el fondo del silogismo (no porque tema una cascada de improperios) sino porque lo considero incomprensible en la circunstancia actual. Yo entiendo que para el Presidente los agravios de su historia personal tengan relevancia, pero “haiga sido como haiga sido” hoy es el presidente de este país (no lo fue en 2006 pero lo es irrefutablemente hoy y si lo hubiese sido entonces no lo sería hoy, ¡vaya conjetura digna de ser aplaudida por Gilgamesh!). La Constitución lo ubica ahora y no entonces como encarnación de la unidad nacional. No sé si le pesa, pero es el presidente de conservadores, fifíes y camajanes exactamente por el mismo título que es presidente de sus partidarios y de sus cercanos, de los leales y del pueblo bueno y sabio, y por serlo es también presidente de los corruptos y los rapaces. En su gira de agradecimiento enfatiza en el discurso que divide, pero podría agradecer también a quienes graciosamente reconocieron su derrota e incluso aquellos que servilmente (el grito del gobernador chiapaneco es emblemático) se han plegado a él.
Pero creo que debería pensar en lo afortunado que es y mandar al desván de los recuerdos los agravios de otras épocas. Y no porque crea que alguna especie de santidad baje a su persona que deje intacta su alma ahora que será inquilino del palacio nacional. Lo sugiero por conveniencia pura y dura. La última encuesta de Gea demuestra que el ánimo nacional es estupendo y que 10% más de las personas que votaron por él cree que el país va a ir mejor. Creo que el ánimo de los jóvenes no apunta discutir viejos agravios sino construir un México mejor. Si el ánimo nacional es bueno, que es el máximo tesoro que un político puede tener y que es mérito indiscutible del liderazgo del presidente electo, hay que regarlo y abonarlo para que florezca ubérrimo y no desgastarse en pequeñas disputas conceptuales o interpretaciones acrobáticas de hechos singulares. AMLO tiene el viento su favor para ser un presidente no solo entrañable para su base, sino un presidente cercano y querido por un sector que no votó por él. Tiene cercanía y es genuino y si no tuviera esos arranques de arbitrariedad que lo llevan a querer ganar una discusión antes que pensar en la ventaja que tiene, el ánimo de concordia y de construcción podría prolongarse más allá de la llamada luna de miel. No veo la utilidad de estarse peleando por cuestiones del pasado cuando se tiene frente a sí una tarea descomunal que requerirá del apoyo y comprensión de amplios sectores.
Nunca ha habido en los tiempos modernos un presidente que tenga tan bien alineados los factores políticos económicos y de ánimo social, que llegue con tanta legitimidad y con amplio reconocimiento de propios y extraños, no entiendo por qué con el viento a favor regresa a los agravios de otra época. Es como si la Francia campeona del mundo estuviera discutiendo lo que ocurrió en el mundial de hace 12 años en vez de disfrutar su título y aprovechar al máximo las ventajas que se derivan del mismo. Cuando uno tiene el viento su favor avanza y no piensa en lo que ocurrió en el puerto de la historia. Pero también dicen que carácter es destino.
Analista político. @leonardocurzio