Una mujer llega a la estación de policía por un problema de violencia en casa. Está en crisis, tiembla y apenas puede hilar sus ideas. Antes de hacer una denuncia, es atendida por un psicólogo. Poco tiempo después, es valorada por un trabajador social, por un médico y por un abogado. En equipo, los profesionistas deciden citar a la pareja de la mujer y le ofrecen sumarlo a la atención psicológica.
Historias como la anterior sucedieron cotidianamente en el Centro de Atención a Víctimas de la Policía Municipal de Morelia, durante la gestión de Bernardo León Olea, comisionado municipal de Seguridad.
En Morelia, León decidió instalar un modelo de policía de proximidad, centrado en elevar la calidad del contacto entre ciudadanos y policías. Su idea no fue más hacerse temer, sino hacerse confiar. El número de detenciones dejó de ser una medida de efectividad y la denuncia fue bienvenida como un gesto de credibilidad. Los esfuerzos del personal policial se centraron en prevenir conflictos cotidianos y evitar su escalada. Es un modelo raro en el país. Por ello, no sorprende que el ensayo haya merecido una nota en el New York Times a principios de mes.
El año pasado, grabando el corto documental Luces de la justicia penal, observé en acción a la policía de Morelia. Las imágenes eran inesperadas. Lo más sobresaliente era la calidad del personal, muchos de ellos con licenciatura. Además, había una proporción excepcional de mujeres.
Entrevistamos a policías con formación en Psicología y Trabajo Social. Se dirigían diariamente a un circuito preestablecido de colonias. En vez de patrullas, manejaban unas camionetas pequeñas, con un escritorio en la parte trasera para recibir al público. En esa oficina móvil recibían denuncias y daban seguimiento a las mismas.
Las mujeres policías portaban, en carpetas, una buena cantidad de asuntos en proceso. Sus casos retrataban, principalmente, conflictos familiares y entre vecinos que eran aproximados con la intención de desarticularlos. A partir de que el contacto lo había solicitado el ciudadano, la atención era de largo plazo, contrastando con la tradicional visión de actuación puntual, comúnmente dirigida a una detención. La intervención policial era más de prevención que de reacción. Sobre este tipo de labor, la policía no era concebida como un órgano de represión sino como un servicio público dirigido a atender problemas sociales olvidados o subatendidos por otras instituciones.
Dentro del debate hacia una nueva agenda de seguridad, una visión como la de la policía de Morelia es un manotazo en la mesa.
La política de seguridad federal lleva atorada dos sexenios con la mala idea de armar y militarizar a nuestros cuerpos de seguridad para hacerlos más temibles. Desconocen la estadística básica. La violencia más común en México se gesta a nivel local, en lo cotidiano, en contextos mucho menos sofisticados y complejos de lo que se cree. La violencia más frecuente, especialmente la que azota a las mujeres, es la más previsible, la más prevenible y la más atendible.
Experiencias como las de Morelia deberían ser de estudio obligado, especialmente para quienes juran que toda la violencia en México es culpa del narco. No nos hemos dado cuenta que una buena oferta de seguridad ciudadana podría ser más simple de lo que parece. Quizá la solución, en definitiva, sea dejar de esforzarnos en crear policías más rudos para abrazar la idea de que podemos hacer policías más humanos.
Candidata a doctora en Políticas Públicas por la
Universidad de Berkeley. @LaydaNegrete