Cuando el partido ofrece una goliza, las debilidades del arbitraje poco importan. Es en encuentros reñidos donde la manipulación del árbitro puede determinar el resultado del juego. #NoEraPenal solo se convierte en lamento cuando la victoria se mide a un punto de diferencia.

La goliza que Morena propinó a los partidos rivales el domingo primero de julio enfrentó un cúmulo de obstáculos. La diferencia histórica en votos se logró a pesar de un campo disparejo, un sistema de reglas en control de tramposos y un árbitro al servicio del mejor postor. La hazaña sucedió y debemos festejarnos, pero evitemos atribuirle el máximo trofeo a nuestras instituciones electorales. Tuvimos un buen resultado, pero carecemos de un buen proceso.

Desde 1997 he participado como representante de partido u observadora en elecciones federales y locales, incluyendo la elección del domingo antepasado. Desde esa trinchera, a nivel de tierra, en casillas en zonas rurales y urbanas, he sido testigo directo de cómo se puede variar el resultado de una contienda política a partir de explotar las debilidades del proceso electoral.

Como extraídas de un manual, ciertas prácticas se repiten. Por ejemplo, la compra de votos. En mi casilla constaté que este delito goza de buena salud. La representante del PRD, una mujer amable, vecina de la sección electoral, portaba una cachucha blanca; cuidó entre sus manos una tabla de médico con sus atesoradas cuentas. De cinco en cinco, iba contando a las personas que votarían por los candidatos acordados y pagados en una “casa de votación” a menos de dos cuadras de la casilla.

Al llegar, una porción de votantes buscaba la gorra blanca, hacía contacto visual con la representante y se sonreían. Tras el sufragio, la representante, satisfecha, marcaba una raya más. Era así como la representante del PRD tenía información en tiempo real del número de votos acumulados y aquellos que faltarían para garantizar una victoria. Sacando provecho del mercado, la información servía para ajustar el precio de venta y, con ello, la disposición de ciudadanos de vender su voto.

La jornada terminó. Después de una arrolladora votación a favor de López Obrador, la representante del PRD de la casilla contigua nos compartió a varios de los presentes: “Yo también voté por Andrés Manuel; hasta eso se vieron buena onda y me dejaron votar por el presidente que yo quisiera y sólo nos pidieron votar por la alcaldía del PRD”.

La confesión de la compañera de casilla cuadró con los resultados. Al final del conteo hubo un promedio de 90 votos a favor de Morena para los puestos de elección locales y cerca de 200 de ventaja para las posiciones federales.

A lo largo de la jornada, diferentes observadores reportaron las gorras blancas, las listas y los lugares de pago en la cercanía de múltiples casillas. Sobre ello nada se hizo, no hubo siquiera un jalón de orejas.

La Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales ha sido incapaz de perseguir la compra de votos, entre otros delitos. Su fiscal argumenta falta de presupuesto; la verdadera razón podría ser su falta de autonomía política. De ahí la importancia de discutir el diseño constitucional que atañe a la institución. El regreso a la normalidad implicará elecciones más cerradas y nuestros resultados volverán a depender de la calidad del arbitraje.

Candidata a doctora en Políticas Públicas
por la Universidad de Berkeley.
@Layda Negrete

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