Dos fotos: una selfie familiar con los papás y sus hijas sonrientes. Otra: la misma familia dentro de su coche mostrando sus cuerpos ensangrentados por las balas recibidas desde un helicóptero de la Marina. Nadie debería de guardar imágenes así en sus recuerdos; sin embargo, cada vez son más los mexicanos que dolorosamente las tienen.
Efraín (25 años), su esposa Nallely (28 años) y sus hijas Chelsea (6 años) y Kenia (4 años) regresaban a casa. Los acompañaba también su prima Leslie (12 años) y otro menor (8 años).
Del cielo llovieron las balas. Cuando Efraín, muy malherido, detuvo el coche, un marino de élite descendió de su helicóptero y se dio cuenta del error. Gritó que se trataba de una familia y que mandaran una ambulancia. Regresó a la aeronave e irresponsablemente dejó a la familia a su suerte.
La ambulancia no llegó, posiblemente nunca se pidió. Chelsea murió en brazos de su prima. La más pequeña, en el regazo de su madre y poco después, pese a los ruegos de Efraín de resistir, Nallely lanzó un último quejido en el hombro de su esposo. Efraín perdió el conocimiento. Leslie logró llamar a su madre para pedirle que no la dejara morir, que se estaba desangrando.
Una mujer que pasaba por ahí, tuvo el valor de llevar a Leslie y al menor a un hospital. Después de varias llamadas de auxilio por familiares, una ambulancia de la Cruz Roja rescató a Efraín.
Efraín logró vivir lo suficiente para ir unas horas al velorio de sus hijas y su esposa, postrado en una camilla. Escena desgarradora. Días después falleció. Los testimonios de los sobrevivientes contribuyeron a reconstruir la tragedia.
El investigador Ernesto López Portillo, dedicado a promover mecanismos independientes y externos para evaluar el uso de la fuerza de las corporaciones, nos alerta sobre el impulso que enfrentan autoridades a auto-investigarse, a desestimar la gravedad de los eventos y a encubrir sus errores.
Este es un claro ejemplo de cómo la Secretaría de Marina (Semar) cedió a las tres tentaciones. En un primer comunicado, la Semar omitió la muerte de la familia. En un segundo, sugirió que las balas mortíferas pertenecían a presuntos narcotraficantes y negó categóricamente el exceso en el uso de la fuerza. Trece días después, la Semar admitió parcialmente los graves eventos calificándolos, eufemísticamente, como un “hecho circunstancial”.
Oportunos peritajes realizados por la Procuraduría General de la República evidenciaron que las balas que mataron a la familia fueron percutidas desde una máquina de guerra, desde el cielo, por nuestros marinos.
Estamos en duelo.
Esperemos que la PGR pase del power point a la judicialización. Pero, ¿son realmente los marinos quienes jalaron el gatillo los responsables, o es la guerra que entabló Felipe Calderón hace diez años y que continúa en la presente administración?
Calderón inauguró una política de droga sin destino. Prometió seguridad que nunca llegó y ordenó a nuestras Fuerzas Armadas dirigir sus armas contra nosotros. Hoy registramos un récord histórico en violencia letal y casi la totalidad de la población en el país se percibe insegura. No existe un solo indicador de éxito.
Podemos engañarnos creyendo que lograremos un resultado distinto haciendo lo mismo. Podemos volver a apostar en una política fallida de combate al crimen bala a bala, cuerpo a cuerpo, insistir en erradicar la violencia ejerciéndola. También podemos cambiar. Ojalá, en un día no muy lejano, logremos articular una auténtica política de seguridad ciudadana y una verdadera estrategia para pacificar al país.
Candidata a doctora en Políticas Públicas
por la Universidad de California
en Berkeley. @LaydaNegrete