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Por lo que entiendo, el que está en puerta será el proceso electoral democrático más grande en la historia de México. El primero de julio, millones de electores emitirán sus votos en más de 155 mil casillas, para elegir más de 3 mil cargos públicos en los ámbitos federal y local.
Esta es una fantástica celebración de la democracia y —en tiempos de creciente cinismo hacía los valores democráticos— es una fuerte afirmación del deseo de los ciudadanos de una gobernanza democrática.
Sin embargo, no subestimo los retos a los que ustedes se enfrentan al administrar elecciones de esta magnitud.
En la conferencia que celebramos en agosto del año pasado, se resaltó el papel central que juegan los organismos electorales; profesionales e independientes para llevar a cabo elecciones con integridad.
En el INE tienen la doble responsabilidad de asegurar que las elecciones se conduzcan de tal forma que se asegure, tanto la legalidad como la legitimidad.
En una era de escepticismo público y de noticias falsas, mantener la confianza del votante en el proceso electoral es un esfuerzo complicado y multifacético.
Hace días tuve la oportunidad de reunirme con los 11 miembros del Consejo General, para intercambiar puntos de vista sobre los retos de la integridad electoral.
Algunos de estos retos —en particular la seguridad— rebasan la competencia de la autoridad electoral y la responsabilidad de su atención involucra también a otras autoridades nacionales y locales. Por ejemplo, aquí en México se tiene que contender con altos niveles de violencia y crimen organizado, lo cual afecta las vidas de todos los ciudadanos, haya o no elecciones en el horizonte. Como saben, docenas de políticos, candidatos, así como familiares de actores políticos han sido blanco y asesinados desde el comienzo de esta campaña.
Sin control, la violencia criminal plantea una seria amenaza a las instituciones democráticas y, sin duda, a la democracia misma.
Las elecciones ordenadas son la mejor respuesta a la violencia que busca privar a los ciudadanos de sus derechos a elegir a sus líderes —nacionales y locales— libres de intimidación. Las elecciones brindan un momento a los ciudadanos para unirse, debatir y decidir quien los va a liderar y con qué propósito; así como renovar su compromiso con los ideales democráticos.
El debate entre los ciudadanos y líderes políticos es crucial para construir confianza y certidumbre en la elaboración de leyes y en su cumplimiento.
Hago un reconocimiento al esfuerzo que han hecho en el INE para crear un espacio para los debates, a pesar de las muchas dificultades a las que se han enfrentado. Este trabajo es un claro testimonio de la destacada resiliencia y determinación del personal del INE y de más de un millón de ciudadanos voluntarios que apoyarán las elecciones en julio.
El contexto global
Sigo siendo un creyente comprometido con el valor de la democracia como un catalizador para una mejor gobernanza, una mayor seguridad y desarrollo humano. La expansión de la democracia ha sido una de las evoluciones más profundas y positivas, de las cuales he sido testigo durante mi carrera. Personas de todo el mundo aspiran a una mayor libertad y demandan una mayor participación política.
El impacto transformador de una gobernanza democrática es evidente, incluso cuando no siempre puede ser medido durante un ciclo electoral.
Sin embargo el precio de la democracia y de la gobernabilidad democrática están bajo una vigilancia constante. De acuerdo con el Latinobarómetro 2016, el apoyo a la democracia en América Latina ha disminuido por quinto año consecutivo, particularmente en México, mientras que alrededor de la región, ha aumentado la indiferencia ante la democracia y el autoritarismo.
Me temo que esto también refleja tendencias recientes en otras regiones. Un creciente número de ciudadanos en democracias jóvenes y maduras, toma la democracia por sentado o duda de sus méritos. Existe la percepción de que la democracia no está dando resultados, lo que se refleja en niveles más bajos de participación electoral, decreciente membresía de los partidos políticos y la disminución en la confianza a los políticos y las instituciones, lo cual crea un terreno fértil para el ascenso de líderes autoritarios
Hay una serie de razones detrás del descontento democrático y del sentimiento de que la democracia ya no brinda a los ciudadanos una voz genuina en cómo son gobernados y por quién.
La primera razón, es que los sistemas políticos no se han adaptado al desarrollo económico, creando altos niveles de desigualdad y una creciente sensación de privación de derechos económicos. La globalización ha traído consigo cambios increíbles, sin embargo, sus beneficios no han sido compartidos equitativamente; tal y como la riqueza se concentra, también el poder político y las influencias.
La historia nos enseña que tal desequilibrio entre los ámbitos económico, social y político no puede sostenerse por mucho tiempo; para que la democracia sea efectiva tiene que ser incluyente. En contraste, regímenes autoritarios parecen ser capaces de actuar de manera rápida y decisiva. Esto es atractivo para muchos, particularmente para aquellos que viven en la pobreza o en países que salen de un conflicto prologando, que perciben el autoritarismo como la manera más rápida de ascender económicamente.
Dicha estabilidad a menudo esconde profundas debilidades fundamentales que eventualmente resultan insostenibles. No obstante, el atractivo del autoritarismo crece. Se necesitan acciones urgentes que respondan a estos retos; debemos abordar la desigualdad económica y política, y acercarnos a los grupos minoritarios y a los jóvenes para lograr una democracia más incluyente. Necesitamos hacer más efectivos los sistemas democráticos, y que respondan mejor a las necesidades de ciudadanos promedio.
Y ante el creciente cinismo hacia la democracia, no debemos ceder, sino defender y abogar por los valores y las virtudes democráticas. Sin embargo, existe otro desafío importante para la integridad electoral, el cual me gustaría mencionar hoy, en parte, porque es relativamente reciente.
Los retos emergentes hacia la democracia
A medida que las nuevas tecnologías de comunicación y plataformas de redes sociales desempeñan un papel cada vez más importante en nuestra vida cotidiana, la democracia se ha digitalizado cada vez más.
Las primeras implicaciones de esta tendencia, en términos de emancipación, empoderamiento y educación ciudadana, fueron recibidas con una ola de euforia y entusiasmo, que ha dado paso a profundas sospechas y preocupaciones.
Después de atestiguar su impacto potencial, regímenes autoritarios han buscado aprovecharse de la tecnología y de las redes sociales, para negar los derechos políticos y oprimir a los ciudadanos, en el país y en el extranjero.
En las democracias maduras, el abierto intercambio de ideas a través de las redes sociales ha sido limitado por cámaras de eco ideológicas que han aumentado los sesgos y disminuido las oportunidades para un debate sano.
Las revelaciones recientes, han subrayado la vulnerabilidad de los votantes en la era del big data, y ha dejado a muchos preguntándose si ahora la tecnología es una amenaza para la democracia o su salvadora.
Como muchos países, México ha estado enfrentando estos problemas. Desde el principio de su proceso electoral, encuestas falsas, información engañosa y rumores han sido difundidos vía online por agitadores en línea dentro y fuera del país. Entre acusaciones y negaciones, ha aumentado la incertidumbre y la tensión en las elecciones, quebrantando la confianza en la información y en las instituciones; y finalmente afectando a la democracia misma.
Leí con interés el resultado de la conferencia que el INE organizó con el Instituto Nacional Democrático (NDI) el mes pasado sobre como atacar la desinformación, y estoy convencido, que los pasos que han tomado para trabajar conjuntamente con los medios y las plataformas tecnológicas para asegurar que la información certera sobre el proceso electoral llegue a los votantes, son los correctos.
También reconozco los memoranda de cooperación que han firmado con las principales plataformas de redes sociales como Facebook, Twitter y Google; que cubren un rango de actividades y enfoques innovadores para involucrar a los votantes en el proceso electoral y las discusiones políticas.
Iniciativas independientes, como la liderada por los medios Verificado18, son igualmente importantes.
A pesar de estos esfuerzos, gobiernos, grupos de la sociedad civil y empresas de tecnología están teniendo dificultades para mantener el paso, mientras que los contendientes políticos y los saboteadores buscan explotar las redes sociales para su beneficio.
Y mientras que las democracias maduras suelen tener instituciones robustas, competentes y profesionales en las cuales confiar, imaginen ustedes la vulnerabilidad de países menos desarrollados, con instituciones y Estado de Derecho débiles, en donde los valores y el ethos de la democracia recientemente comienzan a hacer raíces.
En 2012, convoqué a la Comisión Global sobre Elecciones, Democracia y Seguridad para identificar y abordar los desafíos a la integridad de las elecciones y promover elecciones legítimas.
Pero las preocupaciones que acabo de expresar, no estaban en el radar de nadie cinco años atrás. Ello demuestra qué tan lejos y rápido han avanzado tanto la tecnología como sus usos.
Este año, tengo la intención de convocar otro panel de expertos eminentes, ex líderes políticos, y miembros de la comunidad tecnológica y de la sociedad civil, para considerar cómo las tecnologías digitales si bien fortalecen, también debilitan la integridad del entorno electoral.
Entre las preguntas que les pediré que consideren se encuentran: a. ¿Cuáles son las oportunidades que le ofrecen las tecnologías digitales a los ciudadanos, y específicamente a los jóvenes, para involucrarse en procesos democráticos?; b. ¿Cómo pueden los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil, entre otros, incrementar la transparencia y la rendición de cuentas con el uso de la tecnología en las elecciones? y; c. ¿Cómo podemos proteger la integridad de la información en los procesos electorales?
Mi objetivo es desarrollar y proponer recomendaciones de políticas que puedan ser llevadas a cabo por una variedad de interesados en el tema electoral; estoy seguro que hay mucho que aprender de su experiencia en esta área.
Aludí anteriormente al papel que desempeñarán los ciudadanos voluntarios en las próximas elecciones en México. Más de un millón de personas prestarán servicios en las casillas, contarán los votos y también participarán en las misiones de observación electoral. Claramente, las aspiraciones ciudadanas para la gobernanza democrática y los valores democráticos —igualdad, inclusión, rendición de cuentas y transparencia— permanecen más atractivos que nunca.
No obstante, surgirán nuevos retos, se inventarán nuevas tecnologías, comunidades evolucionarán y países enteros y regiones se redimensionarán mediante grandes eventos y en ocasiones acontecimientos globales imprevistos. Entonces la democracia, como la sociedad en general, siempre será un trabajo continuo.
Sin embargo, creo que la democracia seguirá siendo el sistema más adecuado para proteger y garantizar la paz, el desarrollo, los derechos humanos y el estado de derecho.
Los organismos electorales —aquí en México y alrededor del mundo— son los garantes de la integridad electoral, que es la base de la democracia. Pero no pueden tener éxito solos. Líderes políticos, sociedad civil y ciudadanía deben hacer su parte y mantenerse fieles a los valores e ideales democráticos.