De tanto oírlo, ha perdido significado. Ha dejado de significar. Los desaparecidos son número. Son una parte de los días. Pensar en cuántos parece ser mucho. Definir los dóndes, cuándos y porqués, imposible. Los quiénes, lejanos. Algo que ni sabemos ni queremos definir. Algo que está más lejos de nosotros. Porque ahí hemos querido ponerlos. Es como el viejo limbo. Un lugar en el que se está y no se está. Un lugar del que sólo se sale por lo que otros hagan. Entonces orar, hoy buscar. Un lugar de dolor para quien lo vive y lo padece. Un algo, un nada, un destino, en el que se está por lo que se hizo y no se hizo. Por estar donde no se debía. Por elección o por destino. Por mucho, por algo o por nada. Al final todo importa y no importa. Dan igual los “si se debía o no”. Dan igual los porqués. La condición final es una y la misma. Se es desaparecido. Se está y no se está. Se es y no es. Las sospechas estigmatizan y alejan. Las indiferencias son cómplices. Los días pasan y nada llega. Sólo persiste el dolor de quienes buscan. De ahí parten sus esfuerzos y sufrimientos. Son sus hechos los que quieren sacar a los idos del limbo. A esos por los que nadie reza. A los que fueron abandonados a su suerte. No a la de los muertos, pues sabemos que lo están. Supieron qué les esperaba. Tal vez hasta se les dijo. Los desaparecidos son otra cosa. Son, como sus contrarios, los aparecidos, las apariciones, un algo etéreo. Un algo que no está ahí pero permanece. Un algo que a fuerza de no estar y permanecer, lo ocupa todo. El tiempo, el espacio, los días y las noches. Un algo que llena la memoria y desplaza lo demás. Que comprime el pasado en los recuerdos que de él se tuvieron. Los días son mirados por él. La fiesta fue porque estuvo presente. Con el ahora es igual. Lo que pasa es lo que pudo ser. El momento donde el ausente debiera estar. Lo que pudiera ser para él y no para los que están. Comer, ver, oler, todo, está vinculado a lo que quien no está pudo comer, ver, oler. El futuro es promesa. Depende de cómo él o ella vendrán. Lo que entonces sí será. El modo como él o ella aparecerán y volverán a estar. Cuando vuelvan. Cuando hablen. Cuando su presencia ocupe. Cuando hayan salido del lugar en que se encuentran. A veces vivos, a veces muertos. Depende de lo que se piense o de lo que se sienta. Un él o una ella presentes por las noticias o las esperanzas. Un algo que tal vez sea un vivo más entre los vivos o uno más entre los muertos. Un algo que al adquirir estas formas, permite acercarse a él. Expresarle algo. Hablar con él. Preguntarle cómo fue todo aquello. Tal vez, enterrarlo sencillamente en un lugar conocido, amable, previsto para ello. Ahí donde otros están. Donde se sabe su ida. Donde la tierra es certidumbre. Quizá saber que está en otro lugar. Áspero, lejano, duro, pero al fin lugar. Saberlo ahí, entre desconocidos. Pero ahí. Bajo tierra, convertido en polvo, pero ahí. El limbo amenaza. Es el lugar del estar y el no estar. El lugar donde se es y se deja de ser. Los nuestros, los desaparecidos de nuestra tierra, son muchos y aumentan. Los días pasan. Las búsquedas se dividen. Los suyos, buscan y están. Los demás nos lamentamos, miramos, sospechamos y olvidamos. El “por algo fue” justifica. Nada hacemos. El dolor se ha vuelto sólo de ellos. De los buscados y de los buscadores. Los desaparecidos no son ya los que no están. También somos los que estando, hemos dejado de ser.
Ministro de la Suprema Corte de Justicia.
Miembro de El Colegio Nacional.
@JRCossio