Escribo mi artículo un día antes de las elecciones, por lo que no tengo ni idea de los resultados. Desde luego puedo adelantar que la participación ciudadana será amplia y que los datos finales serán muy distintos a las encuestas publicadas durante el proceso.
Analizando los distintos estudios estadísticos realizados tanto por empresas especializadas muy conocidas como por algunos importantes medios de comunicación, se observó en general poco rigor en el diseño estadístico de la muestra, dejando dudas sobre el nivel de confianza.
Independientemente de los resultados, en todos los casos, se cometió un error, a mi juicio muy grave, el cual consistió en calcular mediante modelos estadísticos, una distribución del voto de las personas que no contestaron.
La “no respuesta” y el “no sabe/no contestó”, en la mayoría de los casos, estuvo en el orden de 40%. Lo cual quiere decir que si la muestra —como se diseñó en varios estudios— era de mil 200 encuestados, 480 no la respondieron.
Mediante modelos matemáticos, las encuestadoras “integraban” las “no respuesta”, tratando de tener el llamado resultado “efectivo”, pero en realidad lo que sucedió fue la presentación de resultados “tendenciosos”. ¿Qué modelo matemático o algoritmo se puede meter en la conciencia de las personas que no han tomado aún una decisión para determinar el sentido final de su voto? Más bien, lo que se aplicó a lo largo de la campaña fueron encuestas que se convirtieron en promoción de candidatos.
Lo que se buscaba, en muchos casos, fue crear una tendencia y de esa forma inducir la votación. La realidad es que muchos electores que están en el universo de la “no respuesta”, la decisión la toman el mismo día de la elección, de ahí el sesgo tremendo de las encuestas.
Si los “indecisos” y la “no respuesta” sumaban 40%, entonces el puntero de una elección de 4 candidatos difícilmente podría rebasar un 30%; sin embargo, las encuestas presentaban datos más arriba. Puedo equivocarme, pero las encuestas en este proceso no reflejaron la realidad de las tendencias; por lo tanto, considero que en un futuro se debe exigir mayor rigor estadístico.
Otro aspecto negativo fue la simulación de las precampañas. A la muy larga campaña de 90 días, hay que sumarle el tiempo de precampaña. Ahí, además de la pobreza y falta de contenido de la publicidad, el problema de fondo fue su ilegalidad. La ley es clara en este aspecto: las precampañas podrán contar con publicidad oficial, siempre y cuando se demuestre que hay competencia al interior de los partidos. Como todos pudimos apreciar, en general no hubo precandidatos de las coaliciones, ni procesos democráticos al interior de los partidos que las conformaron, simplemente, la imposición de las cúpulas. Por lo tanto y de acuerdo a la Ley, no debió haber habido espacios de publicidad oficial dado que estrictamente no hubo precampañas.
El proceso electoral de 2018 nos deja un mal sabor de boca. Es la campaña más cara de toda la historia; miles de millones de pesos mal invertidos y lo más grave es que no representó ningún avance democrático. Por el contrario, hubo retrocesos.
El sistema presidencialista, como el de los partidos políticos, está agotado; no podemos seguir por este camino.
Se requiere una verdadera reforma política que genere procesos más sencillos y menos costosos; hay que reducir drásticamente los recursos a los partidos políticos, adelgazar los organismos electorales, disminuir los montos de campañas, reducir el número de legisladores, aprobar la segunda vuelta electoral, o de plano cambiar del sistema presidencialista a uno parlamentario. Finalmente, que las encuestas sean verdaderos estudios sobre la opinión pública y no instrumentos de manipulación.