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Ningún sistema político, aún el más innecesario, el más corrupto, acepta su desaparición con felicidad, siempre atesoran la ilusión autorreferencial de su necesidad histórica, alentando el dudoso principio de que los pueblos tienen el gobierno que se merecen. No obstante, hay sistemas que deben desaparecer, no solo por la aspiración a un mundo mejor, sino incluso por el bien de la sociedad a la que se deben.
El PRI fue barrido de la competencia electoral en el 2000 por una ciudadanía consciente del mal que causaba su permanencia, así como por el agotamiento de sus promesas, todas fallidas, de redención y procuración del bien público. El PAN tomó las riendas del gobierno. Sus promesas de cambio fueron un fiasco; no supo gobernar de una manera distinta. A falta de voluntad o de imaginación, simplemente se montó en la misma estructura de poder y privilegios priista. En el 2006, en una elección dudosa, el PAN tuvo una segunda oportunidad: volvió a fallar en sus promesas; las estructuras, el aparato y la tecnología priista con las que el PAN gobernó lo hace hoy día inviable para la ciudadanía, como una opción para un cambio verdadero: por ello la imposibilidad de bajar a AMLO del lugar en el que lo colocan las preferencias electorales.
El PRI, mientras tanto, en los doce años que dejó de gobernar, tuvo la oportunidad de reflexionar, reconstituirse, y aprender de sus errores, cumpliendo al menos algunas de las expectativas que generó en su retorno. No solo desaprovechó la oportunidad; por el contrario, perfeccionó sus métodos antidemocráticos, llevando la corrupción a niveles históricos y convirtiendo al país en un botín repartido entre un pequeño grupo de truhanes.
El lema de la campaña de López Obrador del 2006 “Por el bien de todos primero los pobres”, debió leerse en su sentido positivo y afirmativo, más que en el negativo. Esto es, atender a los pobres y sus necesidades, combatir la extrema concentración de la riqueza y atender los urgentes problemas nacionales, debió ser visto como un principio básico para buscar la estabilidad de un sistema que, al haberse convertido en una exitosa fábrica de pobres, socavaba sus bases mínimas de legitimidad y sobrevivencia. Atemperar la voracidad de la clase económica y política, llamarlas a un mínimo de pudor, más que una demanda de una izquierda radical, debió haberse visto como una razón de Estado.
AMLO es la última oportunidad que tiene el sistema, sus incipientes instituciones democráticas, sus requerimientos de legitimidad, para construir una nación justa y democrática. La mayoría de los actores políticos, y particularmente la base mayoritaria de los votantes lo ha entendido así. AMLO no es visto ya como una amenaza al sistema sino como su única posibilidad de sobrevivencia. Sus promesas de campaña, su plataforma política, son los más cercanos a los idearios libertarios de los movimientos políticos independentistas, liberales, democráticos y por la justicia social que constituyeron al México del siglo XIX y XX. En su programa de gobierno ofrece atención a las necesidades básicas de los pobres, a la industria nacional su desarrollo, y a los empresarios del país competir en igualdad de condiciones, sobre terreno parejo, y no compitiendo desventajosamente frente a quienes hacen negocios al amparo del poder político.
Algunas de las propuestas políticas de AMLO se ajustan sin problemas a los ideales de la modernidad; no van, y no parecen querer aventurarse en ninguna otra utopía. Cuestionan la explotación del hombre por el hombre, quieren liberar al hombre de la tiranía del poder despótico, de la tiranía de la ignorancia, implantar la igualdad, la justicia y la democracia. Incluso, en materia de medio ambiente, su plataforma política da un paso más allá de lo que se ha instrumentado en el pasado, proponiendo una verdadera visión ambiental, por ejemplo, una en la que la naturaleza y sus ecosistemas adquieran derechos jurídicos, en la medida que constituyen la verdadera fábrica de la vida en el mundo y fuente última de toda riqueza, condición imprescindible para todo proyecto económico y de nación.
López Obrador representa hoy la posibilidad real de reconstruir un país devastado por la corrupción, la desigualdad y la pobreza. Así lo entienden no solo la mayoría del electorado, sino también incluso algunos de los sectores privilegiados de la clase económica y política.
Cómo podrá gobernar el país la desprestigiada élite política gobernante, que alienta la idea del fraude, que lucra con la pobreza comprando votos y ofreciendo dádivas, y que quiere mantenerse en el poder con la misma maquinaria corrupta que los ciudadanos desean desterrar del país. Qué país gobernarán, durante cuánto tiempo.