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Mañana se van a cumplir dos meses de la llegada de la nueva administración que encabeza Andrés Manuel López Obrador y llama mucho la atención el que, en un lapso tan corto de tiempo, nuestro país esté inmerso en un gran número de crisis.
La estrategia que implementó el gobierno para enfrentar el problema del robo de combustible —todos reconocemos la imperiosa necesidad de hacerlo— que había llegado a límites intolerables, ha traído consigo un gran número de problemas y hechos muy lamentables, como la explosión en un ducto de Pemex, en el que se había provocado una fuga de combustible, que motivó una dolorosa tragedia en la que perdieron la vida más de 100 habitantes de Tlahuelilpan, y el problema del desabasto de gasolina en varias regiones del país, que ha provocado muchas molestias y un enorme daño a nuestra economía. A esto se ha sumado el bloqueo a las vías del ferrocarril en el estado de Michoacán por parte de maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que ya lleva más de dos semanas y que tiene varados un gran número de vagones que transportan alimentos y mercancías, que son insumos indispensables para la planta productiva nacional, provocando también cuantiosos daños a nuestra economía; por cierto, maestros de la CNTE ya también han iniciado movilizaciones en el Estado de Oaxaca. También es preocupante el estallamiento de huelga en la industria maquiladora en Matamoros, que tiene parados a miles de trabajadores que exigen un incremento en su salario. A todo esto hay que sumarle el tema de los trabajadores centroamericanos que pretenden ingresar a los Estados Unidos transitando por nuestro país, y la muy poco convincente posición de nuestro gobierno en el tema de Venezuela, que nos está provocando un preocupante aislamiento en el concierto de los países democráticos.
Tantos frentes abiertos en tan poco tiempo, hace indispensable un gran acuerdo que involucre también a otras fuerzas políticas distintas a las que apoyaron al presidente López Obrador, y que no están siendo tomadas en cuenta. Es cierto, el gobierno actual tiene un enorme apoyo ciudadano: más de 30 millones de votos que se ven reflejados en los niveles de aprobación del presidente en todas las encuestas que se han dado a conocer recientemente. Aun así, no creo que sea conveniente para México reeditar la época de partido hegemónico. Sería deseable que las decisiones legislativas y de gobierno sean producto de la concurrencia de más de una voluntad.
Es imperativo que los actores políticos compartan un código cultural que toda democracia necesariamente presupone. Un código cultural que encuentra sus valores articuladores en el diálogo, en la apertura a la crítica, en la tolerancia frente a las preferencias ajenas y, de modo muy especial, en la responsabilidad por el destino común. Los actores políticos deben entender que la solidez de las democracias se mide no sólo por la calidad de su gobierno, sino también por el compromiso de la oposición. El avasallamiento de la oposición es tan malo como la no cooperación por parte de ésta. Lo realmente importante y trascendente está en la responsabilidad por el destino común, y lo que está en juego es nada más y nada menos que el bienestar de millones de mexicanos.
Considero que las circunstancias que estamos viviendo obligan al consenso multipartidario, obligan a negociar, a renunciar, a imponer las posiciones propias sólo por el hecho de que se tiene la mayoría. Las democracias producen resultados cuando sus actores dialogan y asumen responsabilidades. La oposición o las distintas oposiciones requieren de ser tomadas en cuenta si se quiere que sean oposiciones constructivas, y los ciudadanos tenemos legitimidad para demandar responsabilidad frente al futuro de nue
stro país.
Abogado. @jglezmorfin