Adiós a Benjamín Wong,
maestro, amigo.
Carrera contra el tiempo. Si nos alarma la lista de instituciones y proyectos anulados, a altísimos costos, en estos casi seis meses de gobierno, tanto como los proyectos previsiblemente más costosos —y quizás sin mayor provecho— puestos en marcha sin la menor consideración técnica ni financiera, habrá que estar prevenidos para una probable aceleración de la ya alta velocidad del presidente López Obrador. Tras las tempranas fisuras exhibidas en las crisis en cadena de la gasolina y el sistema de salud, el oficialismo se enfrenta a una carrera contra el tiempo para alcanzar su designio de afianzarse y perpetuarse en el poder, antes que lleguen las facturas de la economía y de la inquietud social.
Para los tiempos del régimen, parecería que sólo le será posible su consolidación para el largo plazo si consigue retardar los efectos letales que se incuban en el estilo de liderazgo presidencial y en sus medidas más aparatosas. En efecto, no hay que descartar un colapso indeseable del sistema aeropuertario, a raíz de la cancelación de Texcoco, con su secuela adicional de desconfianza no resuelta con los inversionistas. Parece inevitable, además, un impacto de pronóstico reservado de la refinería de Dos Bocas, no sólo en la finanzas de Pemex y en la destrucción ambiental, sino también en la calificación internacional del crédito del país. Y el Tren Maya, además de la catástrofe ecológica en ruta, no apunta a convertirse en un buen negocio para la economía regional.
Esta idea de la carrera contra el tiempo se la aplicó antes Noam Chomsky a Trump, a pregunta de Jan Martínez Ahrens, en entrevista para Babelia, sobre la reelección buscada por el presidente estadunidense. La reelección “es posible —le respondió el revolucionador de la lingüística— si (Trump) consigue retardar el efecto letal de sus políticas”. El académico nonagenario que concluyó su ciclo en el MIT aludió a tres factores más a favor de la permanencia de Trump en la Casa Blanca, factores presentes, en mi opinión, también en México.
“La gente ya no cree en los hechos”. Éstos son los factores: 1) la habilidad de ambos presidentes para mantener activa su base de fanáticos, que AMLO refuerza con un expansivo sistema clientelar basado en la entrega directa de recursos a legiones de futuros votantes; 2) la división y ofuscación de las oposiciones, y 3) un descrédito de las instituciones heredado del neoliberalismo —según el también activista antiestablishment—, pero un descrédito magnificado y explotado, agrego yo, por un lenguaje presidencial que siembra la desconfianza también en sus críticos y en los datos de la realidad “a un punto donde la gente ya no cree en los hechos”, como remata Chomsky, desde Tucson.
Reducir derechos para aumentar clientelas. En los cambios en el equipo presidencial de aquí, como en los de la Casa Blanca, encontró el lunes otra similitud AMLO/Trump el director del Instituto México del Wilson Center de Washington, Duncan Wood. Los atribuye a pugnas entre ultras y moderados en ambos gobiernos “disruptivos”, los llama. Jude Weber, del Financial Times, ve el punto más débil de AMLO en su defensa de su superdelegado en Jalisco, documentadamente cuestionado como millonario proveedor de medicamentos al actual gobierno, una actividad que , por otra parte, el presidente erige en culpable del desabasto de los hospitales. Pero lo que se ha llamado desmantelamiento del sector salud (recortes masivos de personal, reducción de compensaciones a médicos internos y en servicio social y desabasto de medicinas) poco tiene que ver con austeridad y mucho con transferencia de los recursos resultantes de los recortes al reparto directo de dinero a las clientelas del presidente. O sea: reducir el ejercicio de los derechos adquiridos en décadas en las instituciones de seguridad social, para aumentar la entrega directa de recursos a las nuevas clientelas presidenciales, antes de las elecciones intermedias de 2021. Y esa también es la prisa.
Profesor Derecho de la Información, UNAM