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De Theodore Roosevelt a López Obrador. Arrancaba el Siglo XX (era 1901) cuando llegó a la Casa Blanca un presidente arrollador, sumamente agresivo en su intervencionismo en otros países al grado de ganar para su política exterior el título de ‘Diplomacia del gran garrote’. Pero a la vez fue un gran reformista en el interior, progresista, en duelo de estrategias con los intereses de los grandes monopolios que, entre otras cosas, controlaban el Congreso por la vía de financiar campañas de legisladores clave. Para enfrentar esa adversidad, este primer Roosevelt asumió la presidencia como un bully pulpit: un “púlpito grandioso”, como él lo llamó. Ese púlpito le abrió márgenes a su programa de cambios, incluyendo la desarticulación del monopolio que ejercía la Standard Oil de John Rockefeller.
Bully pulpit fue así un concepto que pasó a los textos de comunicación y política, antes de que el significado de bully y bullying pasaran a ser sinónimos de abuso, prepotencia e intimidación. En las primeras filas bajo aquel púlpito, la prensa fue la gran aliada de Roosevelt para llevar su prédica a la opinión pública. No en balde fue el primer presidente en contar con una oficina de prensa en la Casa Blanca. Y a él se deben, además, conceptos periodísticos como off the record: el recurso que inauguró para revelarles a los reporteros hechos y datos “fuera de registro”, generalmente contra sus adversarios, sobre los cuales el periodista tenía que investigar y armar sus historias, bajo el acuerdo de no identificar al presidente en el origen de su confección.
Casi 120 años después, se cumplen hoy 75 días de la llegada a Palacio Nacional del presidente López Obrador. Y podemos disentir, usted y yo, sobre si su prédica cotidiana y sus primeras acciones y omisiones son progresistas o regresivas. Pero tendríamos que coincidir en la evidencia de las más altas tasas de aprobación de la historia para el segundo mes de gobierno. Y ya veremos en qué medida este éxito demoscópico, contrastante con los efectos negativos de algunas decisiones del gobierno, se relaciona con el formidable púlpito que el presidente mexicano se habilitó en el suntuoso salón de Tesorería de Palacio, donde ya ha predicado unas 55 mañaneras ante decenas de periodistas en sus presentaciones dudosamente llamadas conferencias de prensa.
Going public. Ya el especialista del ITAM, Luis Estrada Straffon, ha mostrado el bajo porcentaje de colocación, en los sitios principales de los medios, del mensaje mañanero que el presidente quiere privilegiar. Pero a juzgar por los números (altos y crecientes) de ciudadanos comunes atraídos por el espectáculo, por lo demás accesible desde cualquier pantalla de la casa, más que una mesa informativa para periodistas, se trata de una operación de comunicación directa con el público, sin la mediación ni el procesamiento de los mensajes por los medios. Con recursos tecnológicos más limitados, el presidente Ronald Reagan puso en marcha en la década de 1980 una estrategia similar, bautizada como Going Public, que en el México de 2019 se convierte en una expresión más de la vuelta a un presidencialismo exacerbado, sin intermediarios, un mando supremo que directamente da y quita, premia y castiga e informa o desvía la atención, sin más límites que sus designios.
¿El terror? Con la emisión este lunes, desde el púlpito de Palacio, de una lista negra de ex funcionarios que se emplearon después en consorcios privados, nacionales o internacionales, en una supuesta conspiración contra la Comisión Federal de Electricidad, parecería que el Bully de hace más de cien años adquiere la acepción dominante de hoy: la que relaciona el término con abuso e intimidación. Ello podría transformar las mañaneras no sólo en una plataforma de acoso a personas y empresas para acelerar las contra reformas en curso, sino en una especie de comité de salud o salvación pública que en Francia intentó, hace 230 años, establecer el reino de la virtud por la vía del terror.
Profesor Derecho de la Información. UNAM.