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Crisis y fiabilidad. En medio de la crisis de desabasto de gasolinas que afecta a seis estados y lanza sus primeras señales de alarma en la capital de la República, hoy corre el día 40 del presidente López Obrador a la cabeza de un gobierno generador de una crisis tras otra, evitables, unas; otras, inevitables. Pero el hecho es que ninguna se ha asumido como tal y que todo indica que se carece de un plan operativo y un equipo de gestión de crisis y contingencias. En otras palabras, en el campo del manejo oportuno y eficiente de las situaciones críticas, el ‘nuevo régimen’ no ofrece diferencias respecto del ‘antiguo’, en su vocación de enfrentar estos trances desde la indefensión comunicativa. Adicionalmente las crisis del actual gobierno están siendo abordadas si acaso como costos residuales de la llamada cuarta transformación. Y quizás por ello su actuación se produce al margen de los pasos indicados por la experiencia y los estudios en el campo la gestión de crisis de las instituciones.
El primer paso consiste en el reconocimiento de la existencia de una crisis, seguido de una estricta rendición de cuentas de lo ocurrido. Reconocer que ha surgido una crisis requiere un refinado sentido de la oportunidad. Anunciarla antes puede generar un pánico fuera de control. Y reconocerla después de que la constatan y padecen sectores crecientes de la población, resta fiabilidad, un factor imprescindible para la gestión de las crisis en adelante. En el caso de las gasolinas, hasta su comparecencia mañanera de ayer ante los medios, el presidente insistía en la negación de la crisis de desabasto, lo cual lo impsobilitaba de dar el siguiente paso en la gestión de esta crisis: ofrecer datos comfiables sobre el alcance de la falta de combustible en varias regiones. Ello, a su vez, le estaría impidiendo reforzar su fiabilidad en los siguientes pasos.
La prueba más contundente de la llegada de la crisis se da en el momento en que la institución deja de funcionar con normalidad, es decir, en el presente caso, cuando el gobierno deja de abastecer el combustible en una parte considerable de la nación. Y aún si se insiste en negar ese hecho, el anuncio oficial de que el ejército se hizo cargo de la seguridad de refinerías, ya estaría evidenciando que las cosas no marchan en la normalidad. De poco le sirvió al presidente recurrir ayer al viejo recurso de pretender desplazar este tema crítico de la agenda de las conversaciones y las dicusiones públicas con el anuncio de liberación de supuestos presos políticos, en realidad, sus aliados de la coordinadora sindical del magisterio en la cancelación de la refoma educativa.
Responsabilidades. Hay señales de que, sin asumir la crisis ni el desabasto, o sea, sin dar los primeros dos pasos del manejo de crisis, el oficialismo se encamine a dar el tercero: el establecimiento de responsabilidades por lo ocurrido y lo no ocurrido, con la caída de funcionarios y líderes sindicales. Y si se confirman las insinuaciones de algunos medios que han traído a la memoria la caída, hace exactamente 30 años, del poderoso líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina, el nuevo régimen estaría así siguiendo otra vez las huellas del viejo.
Riesgos. Los riesgos mayores de un liderazgo con tan altos grados de concentración de poder y de las decisiones y posiciones del gobierno radican en la concentración también de todas las responsabilidades de todas las crisis que surjan en estos años, como las no asumidas en estos 40 días: La crisis todavía viva de la tragedia poblana que afectó al presidente por haberse inmiscuido en las elecciones estatales haciendo público su desafecto contra la gobernadora ahora fallecida. Los enredos de la creación de la Guardia Nacional con su potencialidad de crisis entre poderes. La controversia constitucional por la ley de remuneraciones y el riesgo de una rebelión de la burocracia. Y la crisis que en todo momento puede volver a despertar de la cancelación del nuevo aeropuerto.
Profesor Derecho de la Información,
UNAM